“Lo que una sociedad dice de la educación, cómo es, cómo debería ser, nos informa mucho más que cualquier otro discurso acerca de la naturaleza y de los objetivos de esa sociedad”[1]. La mirada corresponde al profesor Hernán Ramírez Portado, Magíster Gestión Escolar y Liderazgo Educativo.
[1] Alain Touranie, prefacio libro “La escuela y la (des)igualdad” Juan Casassus.

Para definir calidad en educación debemos hacer un ejercicio previo, inevitable e impostergable, a propósito de la inflexión histórica, política, económica, social y cultural que tensiona nuestra convivencia nacional. Qué tipo de sociedad queremos ser. Qué tipo de personas necesitamos educar, cultivar para la sociedad que queremos. Cómo queremos vivir y convivir los chilenos y chilenas.
Las respuestas a estas preguntas son fundamentales para reformular el sistema nacional de educación pública. En especial para repensar las orientaciones generales del curriculum nacional, la formación de profesionales y técnicos, la infraestructura y recursos financieros.
Luego, entonces, tomando en cuenta lo anterior más las características demográficas, físicas y climáticas de cada región de nuestro país, podemos avanzar hacia una definición amplia, inclusiva, y generativa de calidad de la educación.  Por el momento, con criterio de realidad, comparto esta idea de calidad en educación luego de indagar acerca del origen del concepto de calidad asociado a la producción de bienes y/o servicios.
La educación es de calidad cuando alcanza un doble estándar de satisfacción. El de los usuarios cuando declaran satisfacción y gratificación del servicio obtenido. Es decir, cuando el oferente cumple su promesa, y en ese acto, las expectativas, intereses y necesidades de la demanda. Y del oferente, cuando valora objetivamente que el trabajo realizado cumple los objetivos declarados en su Proyecto Educativo Institucional.
Por cierto, esta u otra definición de calidad de la Educación, está directamente ligada a la capacidad efectiva de nuestra sociedad, a través del Estado y del sector privado, de ofrecer un mercado laboral de empleos formales de calidad y de salarios dignos a los jóvenes egresados del sistema escolar, entiéndase técnicos y/o profesionales.
De no ser así se produce una brecha de decepción y frustración en los jóvenes, que en parte explican el estallido social del 18 de octubre del 2019.
Algunas consideraciones prácticas a tener en cuenta:
1.- Las variables que determinan directamente la calidad de la educación son múltiples.  Las más conocidas e indiscutidas son: la gestión, la autonomía y la dirección, determinadas por aspectos pedagógicos, económicos, sociales, culturales y el efecto sistémico existente entre ellos.
2.-La variable ‘gestión’, es la más visible, y, por lo tanto, evaluable, porque da cuenta de la capacidad de un equipo directivo, de liderar personas, de optimizar recursos y de diseñar procesos pedagógicos, todo esto, desde los objetivos del Proyecto Educativo Institucional de cada escuela, de cada liceo, en línea con la Política Nacional de Educación Pública.
3.-La variable ‘docente de aula’ y su repertorio pedagógico es sin discusión la variable determinante en los aprendizajes y en el rendimiento curricular de los estudiantes. Si él o la docente de aula tiene competencias pedagógicas, y las vincula emocionalmente con todos sus estudiantes, independiente del origen y cuidados de sus familias, éstos, sin excepción, aprenden según sus posibilidades y limitaciones.
4.-Las pruebas estandarizadas, aplicadas a nivel internacional, nacional y local, recaban datos cuantitativos útiles para conformar un corpus de información, especialmente para la justa y oportuna distribución de los recursos y medios educativos. Sin embargo, no son, ni lo han sido, instrumentos válidos ni confiables para medir, ni menos evaluar, la calidad de la educación de un lugar o territorio determinado.