“Parto por una simple constatación: la Constitución que tenemos fue generada en dictadura y asume la existencia de una identidad chilena única, heredera de la tradición oligarca, las glorias militares, el catolicismo”. Las ideas pertenecen al escritor Diego Muñoz Valenzuela. Aquí pone el dedo en la llaga a un tema de todos: la Cultura.
Deja completamente entregado al mercado el destino de los creadores y sus obras en los que se refiere a producción, acceso y difusión. Fiel a su origen, omite los derechos culturales de los ciudadanos, excluye palabras como comunidad o memoria.
La gran pregunta en esta materia es qué necesitamos en la Nueva Constitución y hacia dónde debemos dirigirnos como sociedad.
Debemos ir más allá de consignar que Chile debe ser concebido un estado plurinacional y pluricultural. Una Carta fundamental debe respetar el derecho a la propia lengua. Declarar lenguas oficiales a las lenguas vivas de nuestros pueblos originarios, en orden a proteger y promover la memoria, el conocimiento y valoración de sus culturas.
Fundamental será reconocer a la cultura como un elemento central para el desarrollo del país. Eso requiere asegurar como un derecho constitucional de los ciudadanos el acceso a la cultura y el derecho a la creatividad. Toda persona debe tener derecho a expresarse y crear libremente.
A instancias de quienes exaltan las ventajas del neoliberalismo, hace un par de décadas nos veíamos en el espejo como los “jaguares” latinoamericanos. Sin embargo, hace mucho tiempo que nos encontramos estancados en las estadísticas de ingreso per cápita (sin tomar en cuenta la extrema y anómala desigualdad en  la redistribución del ingreso, que implica la existencia de un pocos superricos y enormes cantidad de gente muy pobre).
Tal estancamiento tiene su origen en diversas razones, pero una de ellas -y creo que es la causa matriz- es el descenso en la calidad de la educación pública y el escaso impulso entregado al desarrollo de la cultura y la ciencia, ambas responsabilidades del estado.
Dar un salto en materia de valor agregado en la producción y exportación de bienes y servicios solo es posible acaso se cuenta con ciudadanos con un alto nivel de educación y cultura, así como con una creatividad muy desarrollada para hacer frente a los desafíos de la innovación. Seguiremos estancados o en retroceso mientras no logremos resolver esta dificultad como país.
El rol del Estado es fundamental e insustituible  en lo que se refiere al desarrollo de la cultura, que debe considerarse un bien común y vital. Esto debe reconocerse de manera estructural en la nueva Carta Magna. Y precisar que la cultura no sea considerada como un bien de consumo, sino como un bien común vital. Las artes y las culturas no pueden ser reducidas a la simple condición de “industrias” a la cula las ha relegado el modelo neoliberal.
La subsidiaridad de la política de concursos de proyectos no se ha hecho cargo de los derechos de los ciudadanos. Necesitamos una verdadera integración de la cultura en el estado, de manera transversal, así como de un Ministerio que provea continuidad a las políticas que eleven el acceso a la cultura, que se haga cargo de reconocer el valor de los artistas y de desarrollar la creatividad de manera amplia en todas las personas.
Requerimos que en la Nueva Constitución quede registrado de manera específica que desde el Estado se promoverá el desarrollo de la cultura, la creatividad y la investigación científica y técnica.
Asimismo, se requiere contar con plena y auténtica libertad de expresión. Eso implica generar nuevas reglas que impidan la concentración de su propiedad, que es lo que ocurre hoy. Solo una efectiva libertad de expresión puede asegurar un verdadero pluralismo que nos sirva para impulsar el desarrollo del país.
Mientras a la cultura se la conciba como quinta rueda, pariente pobre del fisco, mera fuente de entretención u ornamento, estaremos condenados a reproducir el modelo neoliberal que ya conocemos bien: generador de desigualdades indignas, perpetuador de la concentración de la riqueza. Es necesario aumentar el presupuesto de cultura a través de todo el país: regiones, municipios, ministerios, servicios. Se habla mucho de aumentar, desde el 0,4% actual, al 1%, pero creo que podemos y debemos aspirar al 2%.
Un pueblo sometido a las indignas condiciones actuales en materia de trabajo, salud, previsión, educación, medioambiente, no reconocimiento de los pueblos originarios, elevado gasto bélico, perpetuacion y corrupción, de la clase política, concentración de la riqueza, control de los medios de comunicación… difícilmente podrá actuar en conciencia y libremente contra la opresión de la cual es víctima.Una Nueva Constitución debe considerar las dimensiones culturales en toda su extensión para asegurar que avancemos efectivamente a una sociedad más justa, donde imperen la libertad, la dignidad y la justicia social. Los creadores y los trabajadores de la cultura tenemos el imperativo histórico de poner de relieve y defender nuestras ideas y aspiraciones para que la Nueva Constitución sea  simiente de una nueva realidad.