La abolición de la esclavitud en Chile. Archivo Nacional.
Esta breve crónica ilustra y se ajusta, sin ideas de más, a lo tiempos que ya vienen. Es un llamado de atención a lo que la nueva Constitución será y no será.  El redactor de la nota, Jaime Nielsen, es preciso: subraya la palabra “provocación”.
“La crisis es lo que vivimos
 cuando lo viejo no termina de morir
y la Nuevo no comienza a nacer.”
Susana García.
 
El 2021 llega con una gran noticia: “Chile está en crisis”
De esto ha pasado un buen tiempo, pero nuestra comprensión lectora es muy débil.
La bajada de título informa que el país se prepara a vivir el fin de un ciclo que, a decir del sociólogo Manuel Canales, comenzó en 1978 – con las modernizaciones de José Piñera y la Constitución de Guzmán – y estaría comenzando a declinar con la revuelta social del 18 de octubre de 2019 y el consecuente plebiscito de octubre del 2020.
Aunque parezca un lugar común, se debe advertir que todo inicio demanda diversas tareas. Dentro de estos quehaceres, uno de los más atractivos es la redacción de una nueva Constitución. Antes de continuar, resulta interesante detenerse en el verbo “redactar” al que la Real Academia Española define como: “Poner por escrito algo sucedido, acordado o pensado con anterioridad”.
Redactar una constitución, entonces, exigirá poner en una hoja en blanco aquello que ha sucedido, acordado o pensado.
Una provocación.
En este desafío, llamado “texto”, se estampará una huella con límites internos y externos. El límite de lo interno está dado por lo que se dice explícitamente. Al revisar una de las grandes obras de la literatura nacional diremos que la novela Martín Rivas, de Alberto Blest Gana, se acota, internamente, con lo escrito entre su primera oración: “A principios del mes de julio de 1850, atravesaba la puerta de calle…” (Pág. 13) y la última “…se condecora con el título acatado de moderación.” (Pág 543). En esas 530 páginas está todo lo que el texto dice explícitamente. Sin embargo, luego de leer esas páginas cabe preguntarse: ¿lo que está entre esas dos oraciones es lo único que dice la obra de Blest Gana? Evidentemente no, la obra muestra la formación de la clase media chilena, el arribismo en los primeros años del Chile independiente y la mezcla de romanticismo y revolución en la literatura del Siglo XIX. Nada de eso está explícitamente dicho pero atraviesa toda la novela.
El texto dice más allá de sus palabras. En las grandes obras, desde La Odisea hasta la poesía de Zurita, es más importante lo que sugieren que  lo escrito. El teórico Hans Robert Jauss dice que un texto es sólo la propuesta de un autor que es terminada de construir por un receptor.
Aún no se sabe si la Constitución del 2021 (¿o del 2022?) será una de las grandes obras de la humanidad. Sin embargo, se puede presagiar que en ella no va a aparecer nada referente a un nuevo sistema de salud, al derecho de los chilenos a un veraneo justo, al acceso libre al libro o a vivir y morir dignamente. Todo aquello se debe colegir de lo que digan sus artículos. Para ello, los Blest Gana que la redacten deben tener claro que nadie puede coartar su derecho a la creatividad ni a imaginar un sueño posible, recordando que todo sueño implica una ruptura de la lógica.
La Constitución debe asegurar que todo ser humano puede hacer lo que desee y lo conduzca a un proyecto de vida que lo reconozca como parte de una comunidad. Este texto, más allá de una estructura normativa, debe ser una propuesta cultural que dé cuenta de un orden civilizatorio que permita a los chilenos/as forjar un futuro común.
Los márgenes de la Constitución han de ser interpretables y sólo deben tener como límite el bien común. Entender que, a diferencia de lo propuesto por J.Piñera/J.Guzmán, somos una comunidad, formamos partes de un todo y la idea de que cada uno se rasque con sus propias uñas, no tiene cabida porque, como dice el antiguo aforismo matemático: “El todo es más que la suma de las partes”.
Es muy probable que no se sepa lo que va a decir la Constitución del 2021. Sin embargo, parece importante destacar que aquel acto escritural debe soportar más de 18 millones de interpetaciones.