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El ejercicio de “hablar y escuchar” es el camino que enseña la educadora y escritora Josefina Muñoz para ver la luctuosa caminata de los inmigrantes.  Ella escribe desde las exigencias del humanismo y el respeto a los derechos básicos de las personas.
En el verano de 2019 el presidente Piñera viajó a Cúcuta (Colombia), ciudad fronteriza con Venezuela, para entregar ayuda humanitaria, pero también como parte de un plan conjunto EE.UU., Colombia, oposición venezolana, que buscaba derrocar a Maduro. Allí se le vio, junto a Guaidó -listo para asumir la presidencia de Venezuela- hablando de lo perverso del régimen venezolano.
Sin embargo, Maduro no fue derrocado, y las palabras solidarias del presidente chileno fueron entendidas por colombianos y venezolanos como una promesa real de “asilo contra la opresión”. Y así empezaron las oleadas de migrantes, familias completas, seres humanos que sufren tanto como para atreverse a atravesar un continente en las peores condiciones, sin saber qué pasará con sus vidas en el futuro.
La mayoría de quienes leen esto, habrán visto una escena que parece armada con jirones de películas de campo de concentración y ciencia ficción: cerca de 140 colombianos y venezolanos, de distintas edades, quehaceres y género, revestidos de overoles blancos (¿para purificarlos o para que no contaminen a quienes los acompañan?), caminando para subir a un avión FACH. Cada persona es conducida firmemente del brazo por un funcionario PDI que cumple las órdenes recibidas: deportarlos.
En las últimas décadas hemos visto miles de imágenes de seres humanos de diversos continentes que huyen de las terribles condiciones de vida que sufren en sus propios países, que esperan que manos solidarias los reciban: desean vivir y es el último recurso que les queda. Hemos visto también su muerte por los caminos de tierra y de agua que cruzan sin vacilar, a menudo engañados por quienes convierten estas urgencias en un floreciente negocio.
Se agrega al horror descrito y visto, las palabras del canciller Allamand, presente en esta situación, que agrega -sin necesidad- pero para mostrar aún más control y mano dura, que el país no vacunará a inmigrantes ilegales. Es decir, prefiere poner en peligro a sus compatriotas, pero dejar muy claro que no habrá concesiones de ningún tipo. Esta actitud alejada de toda consideración humanitaria y de una mínima compasión, ensucia una campaña de vacunación que ha sido impecable, por lo que prontamente otros personeros de gobierno se apresuraron en “aclarar” este desatino.
El alcalde de Colchane, Javier García, ha reclamado que el gobierno debe hacerse cargo de una situación no solo humanitaria, sino de derechos humanos, porque la localidad está lejos de poder enfrentarla, aunque, sin duda, han hecho todo lo que han podido en términos de solidaridad y atención, frente a lo que reconocen claramente como una crisis migratoria. Pareciera que ahora, nuestro gobierno no considera al gobierno de Maduro como una dictadura que pone en peligro la vida de sus habitantes, como ha afirmado tantas veces.
El Servicio Jesuita Migrante (SJM) ha señalado que esta expulsión se ha hecho contraviniendo la propia legislación chilena sobre el tema, que señala que quienes buscan refugio no pueden ser sancionados por ingresar por pasos no habilitados.
“Hoja en Blanco” es un espacio de intercambio y de conversación. Todo tema, hasta el más inocente o menos importante, incuba muchas posibilidades de análisis y el tema de la inmigración hay que tratar de entenderlo desde sus múltiples dimensiones, la mayoría enraizada en trágicas situaciones vitales por razones económicas, políticas, sociales, culturales.
A través de su historia, nuestro país ha recibido migrantes de diferentes orígenes y también sus propios habitantes han debido migrar a otros territorios. Intercambiar opiniones sobre cualquier tema, como ahora este, nos permitirá pensar y poner en duda los argumentos que repiten los medios de comunicación: quienes quieren entrar (ilegal o legalmente) son criminales, traficantes, delincuentes, flojos que quieren vivir sin trabajar y que nos quitan nuestros espacios de trabajo. Lo real es que son seres humanos que viven carencias u opresiones de variado origen, que quieren vivir junto a sus seres queridos, que están dispuestos a abandonarlo todo e iniciar una vida nueva, porque la que tienen ya no les ofrece nada.
Son distintos a nosotros, porque su cultura, costumbres, lenguaje, intereses, creencias, son otros, pero el contacto con esas posibilidades diversas nos enseña a conocernos mejor y, quizás, a descubrir algo que queremos incorporar porque nos ilumina de una manera nueva.
El espectáculo de deportación que hemos visto -y que nos han hecho ver- busca que nacionales y extranjeros vean que la mano dura funciona y seguirá haciéndolo. Sin duda, es uno de los más vergonzosos de los últimos tiempos. Por eso, como personas y como sociedad que somos, no podemos quedarnos en silencio y aceptarlo como si fuera la única posibilidad.
A nuestros lectores jóvenes les sugiero buscar en YouTube a Paco Ibáñez, y su canción “Me queda la palabra”. En cualquier circunstancia, siempre tendremos las palabras, porque la oralidad nos acompaña desde hace cientos de miles de años, desde nuestros ancestros presapiens, y nos permite ejercer dos habilidades maravillosas y entrañablemente humanas, que debemos valorar siempre: hablar y escuchar.