Cómo entender lo que pasó en Talca el pasado miércoles. En la misma ciudad donde se intercambian y se equivocan las guaguas en su hospital, el Colo Colo se jugó su permanencia en la primera división del fútbol nacional. ¿Cómo pudo llegar Chile a esos límites? El dramaturgo Gregory Cohen intenta dilucidar el fenómeno, a pesar de su evidente intencionalidad de omitir las rudas agoreras cerca de los arcos del Estadio Fiscal de Talca, como parte de lo que sucedió y sucede en el país.

Los dioses van cayendo de a uno. Si cayeran todos juntos, sin aviso previo, no habría proceso. Habría sorpresa, no suspenso. Se derrumbarían y listo. Y surgirían otros dioses. Otro guión. Alguien lo llamaría: “El Nuevo Chile”
Pero eso no sucede aún.
Porque comenzó una inédita carrera. Sobre una pista densa, mezcla ripio, tierra y sangre coagulada. Con corredores anónimos, sudados, con miles de kilómetros recorridos por día, por años, por siglos. Son llamados: “representantes de organizaciones de base”. Algunos les dicen: “constitucionalistas”.
Los corredores se topan con algunos cadáveres de dioses que se niegan a ocupar sus tumbas. Estos caen y vuelven a levantarse. Murmuran: “aún estamos en competición”. Les falta aire. Agua les sobra.
Los cadáveres no huelen a carne descompuesta. Pero algo indescifrable los acompaña.
Y la gente lo percibe.
Primero aparece Piñera, el cadáver ejecutivo por excelencia. Luego, las AFP, el coloso de piernas de hierro, ahora un par de barquillos. Y antes que nadie, la Constitución del ’80, la columna vertebral, ahora con artrosis e incrustaciones de titanio laguista, una aleación de urgencia, pero extemporánea: mezcla Plansa e Implatex.
Como todos los dioses, cometieron el pecado de “la hybris” de los griegos, la desmesura.
Y la desmesura procrea arrogancia, indolencia, prepotencia.
Sonreían en el momento justo. Eran meritorios ejemplos de “la tensión dinámica”.
Se sentían poderosos, inexpugnables, eternos.
Como el eterno campeón.
El eterno campeón nació ganador, en cuna de dos plazas. Nunca supo lo que era la caída, la derrota. La presentía, es cierto, pero era más fuerte mirar hacia arriba, hacia las nubes, siempre hacia las nubes…hasta que se quedaron durmiendo ahí.
Sobre las nubes había laureles también.
El Colo Colo era el consuelo de muchos chilenos. Y lo sigue siendo. En un país saqueado, resultaba imprescindible gritar, emocionarse y llorar en búsqueda de un triunfo, aunque sea por un fin de semana.
Ser un eterno campeón para un ciudadano eterno perdedor, humillado y despojado, no es mala compensación después de todo.
Aparte de la marraqueta crujiente…
 
El camino hacia el cadalso es dura prueba. Colo Colo aún no ha llegado, pero el colocolino, sí. Lo experimenta todos los días y ver a su equipo tan cerca del fracaso, lo atemoriza porque entonces ya no tendrían nada a qué aferrarse, porque no están preparados. Los jugadores también viven la rabia y el temor, porque más allá de su convicción y profesionalismo, tienen que luchar con los intereses de sus dueños, otros cadáveres que tampoco desean abandonar la competición.
Caer no es morir. La “U” volvió masificada y proletarizada. Nunca antes había logrado tener tantos hinchas y socios en su historia. Tuvieron éxito en el fracaso. Aunque también hay cadáveres rondando cerca de ella, neutralizados por la institución Universidad de Chile… por ahora.
Pero el Colo Colo no es la “U”. El Colo Colo es virgen en el fracaso. Y es duro sentirse cerca del fracaso y contemplar una imagen irreconocible, un ego herido en su amor propio… (que ni siquiera ha sido alguna vez realmente propio, por ejemplo: el seguro de desempleo).
Ser un eterno campeón termina siendo un agobio. Sostener un trofeo siempre alzado y percatarse de pronto que este ya no está, y que las manos hace mucho que están solas y se miran desconcertadas, puede producir una fatiga universal y no hay nada mejor ahí que arrodillarse en calma, aspirar el aroma del césped… hasta llegar al suelo y descansar.
Un derrumbe metódico.
Estamos viviendo el crepúsculo de ciertos dioses cadáveres. Es una señal. Una tremenda señal.
Para un gesto de humildad.
Algunos dirán, un gesto bonachón.
Otros, un momentito sanador.
La mayoría, una constitución hecha por gente de a pie.
Como sea, todos la merecemos.