“Jorge Luis Borges (Argentina 1899 – Suiza 1986) extraordinario poeta, cuentista y ensayista. Pertenece a ese raro género de escritores que parecen no haber agregado nunca una palabra innecesaria que pone en duda lo que sigue, porque la lectura percibe ahí un tropiezo en la fluidez no solo del lenguaje, sino del contenido”. El consejo “para leer y releer” es de la escritora y educadora Josefina Muñoz.

Si no lo han leído, sugiero el azar: abrir cualquiera de sus obras (o buscar en Internet) y leer un poema, un relato, un fragmento de ensayo. A veces, sus poemas parecen relatos y sus relatos pueden ser poesía pura. Cuando terminen de leer, seguramente, tendrán esa rara y maravillosa sensación de que algo cambió en ustedes. Estoy segura que encontrarán allí esa luz nueva que despiden las palabras cuando despliegan nuevas riquezas al momento de leerlas, porque se presentan en un orden y en una compañía única, con un lenguaje que tiene la capacidad de sumergirnos en un universo distinto.
Algunas obras: los relatos Historia universal de la infamia, 1935; El jardín de los senderos que se bifurcan,1942; Ficciones,1944; El Aleph, 1949; La muerte y la brújula, 1951; El libro de arena, 1975. En el ámbito de la poesía, Fervor de Buenos Aires, 1923; Luna de enfrente, 1925; El hacedor, 1960; El otro, el mismo, 1969; El oro de los tigres, 1972; La rosa profunda, 1975; La moneda de hierro, 1976. Finalmente, entre sus ensayos, Inquisiciones, 1925; El idioma de los argentinos, 1928; Evaristo Carriego, 1930; Historia de la eternidad, 1936; Aspectos de la poesía gauchesca, 1950; Otras inquisiciones, 1952; Obras completas, 1960; Antología personal, 1961; El libro de los seres imaginarios, 1968; Biblioteca personal, 1986.
 
El mar
 
“Antes que el sueño (o el terror) tejiera
mitologías y cosmogonías,
antes que el tiempo se acuñara en días,
el mar, el siempre mar, ya estaba y era.
¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento
y antiguo ser que roe los pilares
de la tierra y es uno y muchos mares
y abismo y resplandor y azar y viento?
Quien lo mira lo ve por vez primera,
siempre. Con el asombro que las cosas
elementales dejan, las hermosas
tardes, la luna, el fuego de una hoguera.
¿Quién es el mar, quién soy? Lo sabré el día
ulterior que sucede a la agonía”.
 
(En J. L. Borges, Nueva antología personal, Bruguera, 1980)
 
 
El inmortal
 
Todo me fue dilucidado aquel día. Los trogloditas eran los Inmortales; el riacho de aguas arenosas, el Río que buscaba el jinete. En cuanto a la ciudad cuyo nombre se había dilatado hasta el Ganges, nueve siglos haría que los Inmortales la habían asolado. Con las reliquias de su ruina, erigieron, en el mismo lugar, la desatinada ciudad que yo recorrí: suerte de parodia o reverso y también templo de los dioses irracionales que manejan el mundo y de los que nada sabemos, salvo que no se parecen al hombre. Aquella fundación fue el último símbolo a que condescendieron los Inmortales; marca una etapa en que, juzgando que toda empresa es vana, determinaron vivir en el pensamiento, en la pura especulación. Erigieron la fábrica, la olvidaron y fueron a morar en las cuevas. Absortos, casi no percibieron el mundo físico.
Esas cosas Homero las refirió, como quien habla con un niño. También me refirió su vejez y postrer viaje que emprendió, movido, como Ulises, por el propósito de llegar a los hombres que no saben lo que es el mar ni comen carne sazonada con sal ni sospechan lo que es un remo. Habitó un siglo en la ciudad de los Inmortales. Cuando la derribaron, aconsejó la fundación de la otra.
 
(En J. L. Borges, Nueva antología personal, Bruguera, 1980) de El inmortal, Fragmento)