Mural del destacado muralista Alejandro “Mono” González.

La “Acultura” que vive Chile es el espejo de la sociedad chilena: desigualdad, codicia y una ilustración de plástico. La metáfora son las asignaciones directas del Estado que destinan millones de dólares a “instituciones culturales” que organizan actividades artísticas y que no trepidan en cobrar entradas para sus funciones bajo el paraguas de organizaciones “sin fines de lucro”. A modo de ejemplo, el Teatro Municipal de Santiago recibió del Estado en el 2019 la suma de 12 millones de dólares. ¿Es ese Estado Cultural que se merece Chile?

Muchos, a propósito de la Nueva Constitución, la mayoría esgrime que hay que “construir una nueva Nación”. Lo mismo decía Adolf Hitler en los inicios de los 30 en el siglo pasado para levantar su proyecto político nazi en la Alemania derrotada de la post Primer Guerra Mundial.
Lo que hay que hacer no es crear un nuevo Chile, sino más bien una nueva civilización. Y más aún, cuando hoy vivimos con una pandemia mundial y con una revuelta social latente desde el 18 de octubre de 2019. En Chile no están resueltos los problemas sociales y existe una fuerte división social y una abrumadora, una vergonzosa desigualdad, que hace caminar al país en una cornisa en los extremos de ambos lados del espectro político.
Y aquí entra a escena, de manera protagónica la Cultura y su rol en la cimentación democrática en el constructo de la Nueva Constitución.
El Estado Cultural es una concepción que muchos países tienen como parte de su ADN. México es un país que respira su cultura por todas partes. Las Artes, se desarrollan en todas sus estructuras estatales y privadas. Su cancionero, su cine, su vestuario multicolor, su literatura, su artesanía hablan en el reconocimiento de su propia gente y en el mundo entero.  Su Cultura Tradicional vive en todos los niveles sociales. Su patrimonio no es de derecha ni de izquierda, es de todos. “El día de los muertos” es un ejemplo de acervo propio que es parte de la cultura de la humanidad. Ni las costumbres paganas y “el Halloween” pudieron siquiera borrar o desvincular los valores propios de los mexicanos, que comparten varios orígenes étnicos de sus distintos pueblos originarios.
Lo mismo sucede en Francia. Hace 60 años, un ministro, André Malraux en 1959, levantó la tesis de construir un Estado Cultural que vertebrara los valores propios – no el de los nacionalismos- sino de los distintos pueblos que componían y componen el mapa del país que se fue estructurando de tantas influencias, acervos, ancestros que fueron conformando la Francia que todos conocemos. No por nada, la organización internacional más importante del mundo –la UNESCO- instaló su sede principal en París.
Cuando uno estudia con detención el Foro de la Industrias Culturales “Salvar la Cultura”, organizado por los españoles –la Fundación Santillana y la Fundación Alternativas- en su capítulo “El Ejemplo Francés. Cómo Francia  protege la Cultura”, uno se llena de entusiasmo y sueños para crear las bases técnicas y materiales para un cambio radical en la sociedad chilena.
La cultura cumple un fundamental rol en su prometedor dinamismo económico y laboral, sino que además “contribuye decisivamente a fomentar una ciudadanía madura y responsable /(democrática)/; por otro, expresa y cultiva el grado de inteligencia y sensibilidad que cada país ha sido capaz de adquirir. La conciencia que una sociedad tiene de sí misma depende del nivel cultural que han alcanzado sus ciudadanos. Pues la cultura es en cada presente de la Historia el fermento de la vocación civilizadora de la Humanidad y como tal debe ser tratada por leyes y reglamentos”[i]. Para ello crearon un concepto de “excepción cultural” para proteger su patrimonio y talento creativo. Crearon una política de Estado, más allá de los gobiernos estuvieran a cargo del país.
Con Malraux a la cabeza levantaron el templo de la Cultura desde la atención a la creatividad artística; desarrollaron una infraestructura en todos los niveles de la sociedad a través de las Casas de Cultura – Maisons de la Culture-; democratizaron económicamente el acceso a la Cultura; crearon direcciones regionales con la descentralización e independencia de los fondos; desarrollaron la profesionalización de la Cultura, impulsaron la regularización de las industrias culturales con las empresas del Estado y las empresas privadas e instalaron una vocación civilizadora unido a la Educación Republicana… “la voluntad de conseguir para la cultura algo similar a lo que Jules Ferry había alcanzado con el impulso de la educación republicana y laica a partir de la década de 1880, un hecho que implicaría la gratuidad del acceso a la cultura y la extensión de los espacios en los que la población puede tener contacto con las expresiones culturales (Poirrier, 2013)[ii].
“El ministerio liderado por André Malraux[iii] – dice el documento- representa una triple ruptura respecto de la acción cultural del Estado hasta entonces: ideológica, con la afirmación por el Estado de una filosofía de la acción cultural; artística, al contribuir a la emergencia de un sector artístico profesional, que recibe apoyo económico del Estado según criterios de calidad; y administrativa, mediante la autonomía presupuestaria del ministerio, la formación de un aparato administrativo y el desarrollo de nuevas modalidades de acción (Urfalino, 2004: 19). Existe en la acción cultural del primer Ministerio de Asuntos Culturales una vocación civilizatoria, a imagen de la educación republicana, que cree que la cultura puede dar una explicación al por qué de la existencia humana, que sustituya a la religión (el carácter laico) y que luche a su vez contra la absurdidad del destino y contra la industrialización cultural masiva (Looseley, 1995: 36). Una «misión política y social» de la cultura, que debe contribuir a fortalecer los vínculos sociales, a garantizar la igualdad a través de la centralización y a reemplazar el provincianismo mediante el fomento de una «cultura universal» (Urfalino, 2004: 21, 59)[iv].
El período que encabezó Malraux (1959-1969) se le llamó de la «acción cultural»; el del Ministro Jacque Duhamel (1971-1973 se denominó el «desarrollo cultural» y los periodos de de Jack Lang (1981-1986 y 1988-1993)  se les llamó el «vitalismo cultural». Todos, cual más,  cuál menos, cuál nombre, cual partido político de izquierda o de derecha en el poder, fundaron y fortalecieron lo que es un Estado Cultural.
Descubriendo la rueda
La Nueva Constitución debe tener un fundamento en la acción civilizadora de un Estado Cultural. No hay que descubrir la rueda y despercudirse de modelos culturales solo basados en el mercado y en la competencia. La Convención Constituyente debe tener en cuenta una línea transversal en sus orgánicas, llámese como quiera espacios, departamentos de las Artes y las Culturas. El Estado Cultural no debe quedar reducido a un Ministerio y a las Seremías, sino que tiene materializarse en todas las estructuras sociales e institucionales del Poder Ejecutivo (los ministerios), el Legislativo, Judicial y los Medios de Comunicación.
Un ejemplo es el que nos enseña Francia. En 30 años, -a modo de ejemplo- en el Ministerio de Obras Públicas francés destinó solo “el uno por ciento” del presupuesto anual para obras artísticas, léase obras paisajísticas, esculturas, murales, vallas en las carreteras, instalaciones visuales, etc. Y con ese “uno por ciento” se construyeron 4.000 obras en ese periodo…133,333 obras por año. Cada semana del año se inauguraban entre dos y tres obras de arte en las obras públicas francesas.
En Chile, existe por decreto el mismo Departamento en el Ministerio de Obras Públicas hace más de una década y se llama “Nemesio Antúnez” y no han construido nada en los últimos años. “No hay plata”, dicen. Los funcionarios han desarrollado proyectos con artistas y arquitectos y ahí están en los archivos ministeriales durmiendo el sueño de los justos.
El Estado Cultural debe asegurar su presencia en todas las estructuras del Estado y de las organizaciones sociales, incluidas las empresas privadas.
Además este Estado Cultural debe considerarse como un bien común y un bien vital y ser parte activa en la construcción de un Estado el cuerpo social para cruzar transversalmente todas sus esferas y la participación en las mismas, de modo tal que todo ministerio y organismo contemple la cultura entre su conformación y necesidades. Y deje de ser “un adorno”, en el consuetudinario sesgo despectivo de su dignidad humanista original.
Las Artes y la Cultura, su Estado Cultural, deben ser consideradas partes del Estado pluricultural y plurinacional, en un Estado social de bienestar con nuestros primeros pueblos.
Las Artes y la Cultura deben estar integradas al Estado, a las organizaciones sociales y a las empresas. 
Las Artes y la Cultura deben ser un Derecho en el acceso, en la libertad artística y en la creatividad.
Para que ello se consolide, la Constitución debe establecer la voluntad política de invertir en la Cultura. El Estado Cultural debe sostenerse en un presupuesto al menos de un 2% del PIB, como sucede en todos los países que lo entienden como una estructura fundacional identitaria del país. Y esta inversión, sin lugar a dudas, generará a través de sus talentos, obras artísticas e industrias culturales millones de dólares para el desarrollo y crecimiento propiamente económico. El P.I.B. recibe de las industrias culturales el 2,2 % (2016) que es una cifra muy significativa si se compara con el rubro de la Construcción que aporta el 5% y algo más al Producto Interno Bruto.
 
Las Artes ninguneadas
La concepción de las Artes y la Cultura en el día hoy representa a la elite y es la más viva expresión de la desigualdad. El ministerio del ramo es una agencia financiera que se organiza en un sistema concursable que se limita con un presupuesto vergonzoso para los índices de OCDE. Hoy representa el 0,3 % del PIB.
Este es un problema que se arrastra desde la dictadura donde las artes, artistas e intelectuales,  pasaron a ser enemigos políticos los cuales fueron prohibidos, exiliados, perseguidos y en algunos casos, asesinados. Si bien hoy no es el símil de aquellos años, hoy se persigue a Mon Lafferte y Lastesis, como parte de la mirada residual de aquellos años, a pesar de su reconocimiento internacional. Pareciera que todo está muy bien. La cultura es acrítica y se reduce en la televisión a gastronomía y a programas de viajes, mayoritariamente.
Por estos días, el retrato de miopía cultural es el recorte del presupuesto que afecta a miles de artistas y trabajadores de la cultura. La Orquesta Sinfónica y el Ballet Nacional de Chile, Banch[v], entre otros, quedaron censurados para hacer obras sinfónicas de Beethoven, Mozart y tantos otros clásicos por no poder contar con la cantidad mínima de intérpretes para poder montar una obra de magnitud. La ministra cerró el círculo en estos días de pandemia dejando en claro que la cultura no era prioridad en las necesidades de la sociedad, olvidando el valor en la sanidad mental de la humanidad.
La mirada pequeña hacia la cultura no es solo desde la dictadura, sino también de los años de la vuelta a la democracia que quedó relegada a un grupo menor beneficiado con los gobernantes de turno.
En el nuevo diseño de gobierno que propicie el nuevo plan y pacto social del país deberá tener en cuenta la construcción de un Estado Cultural y un presupuesto a la altura del valor civilizatorio en la sociedad chilena. La asignación de los fondos deberá conformarse desde sus propias bases de los artistas y trabajadores de la cultura, de sus propios pares.
La Cultura se aplaude con las dos manos
Las Artes tienen una ventaja que no poseen las otras áreas de la política. Las obras artísticas se aplauden con la mano derecha y con la mano izquierda.
La Cultura es un espacio de encuentro del país, de unidad nacional. Es un espacio sin exclusiones. Las movilizaciones masivas que han tenido el sello de la fiesta popular de las canciones, los bailes, las perfomances, han creado condiciones donde la violencia no tuvo espacio.
La Cultura es el alma de un pueblo, representa la fraternidad de los hombres, la cadena espiritual de la filantropía.
La instalación de la preminencia de las Artes y la Cultura en la Nueva Constitución debiera ser un acuerdo de todas y todos.
La Nueva Constitución debiera considerar un “Golpe de Estado Cultural” para crear una nueva civilización en Chile.  
 
[i]   “El Ejemplo Francés. Cómo Francia  protege la Cultura”. Foro de la Industrias Culturales “Salvar la Cultura”, organizado por la Fundación Santillana y la Fundación Alternativas. 2016.
[ii] Ídem,anterior.
[iii] Ministro del Gobierno de Charles De Gaulle.
[iv] “El Ejemplo Francés. Cómo Francia  protege la Cultura”. Foro de la Industrias Culturales “Salvar la Cultura”, organizado por la Fundación Santillana y la Fundación Alternativas. 2016.
[v]   Les anunciaron un recorte de 700 millones de pesos para el presupuesto del 2021.