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La literatura chilena está de luto con la partida del poeta porteño Enrique Moro. El escritor y educador Francisco Zañartu devela su nostalgia del tiempo pasado y de su hermano poeta.
“… nuestra vida no tiene más continuidad que un charco entre las rocas, un charco que la marea colma de espuma y de peces para vaciarlo después…”
”La sepultura sin sosiego.
Cyril Connoly.
 
La noticia llega desde Valparaíso. Juan Camerón informa que ha muerto el poeta Enrique Moro.
Lo conocí hace muchos años cuando, a puro ñeque, organizaba talleres literarios, ciclos de teatro y casas culturales. Siempre fue un sospechoso. Su voluntad, como diría Schopenhauer, era el ciego forzudo que lleva en andas al inválido que ve.
Perteneció a una generación desaparece lentamente. Ya se fueron, muy jóvenes, Armando Rubio en un departamento del centro y Rodrigo Lira en uno de Ñuñoa, Bárbara Délano en un avión y Juan José Cabezón  en una Citroneta. Aristóteles España, a causa de las torturas recibidas 20 años antes.
Las generaciones (no sólo las literarias) viven y mueren marcadas por hechos de su historia. La del 98 en España marcada por la pérdida de Cuba, Filipinas y Puerto Rico, la del 50 en Chile grabada por el escepticismo y la del 73, marcada por un violento golpe de estado y la diáspora de algunos referentes literarios, Poli Délano, Antonio Skarmeta, Ariel Dorfman et all deben partir con la  “L” en el pasaporte. Teillier, Lihn, Stella Díaz Varin  y Martín Cerda quedan en Chile.
José Ortega y Gasset dirá que una generación no es un puñado de hombres egregios, ni simplemente una masa: es un nuevo cuerpo social íntegro con su minoría selecta y su muchedumbre, que ha sido lanzado sobre el ámbito de la existencia con una trayectoria vital determinada.
La del 70, la de Elvira Hernández, Elicura Chihuailaf, Roberto Bolaños, Pía Barros y tantos otros deben enfrentar la descontextualización del contexto. La metáfora y la paráfrasis ya no se ocupan por un asunto estético, se han transformado en una forma de sobrevivencia.
La dictadura escribe su historia literatura.  Comienza con la muerte de Neruda y termina con la de Lihn.
Se debe vivir/sobrevivir en el charco de Connoly.
Aparecen las noches de Simpson 7, los Talleres de la UEJ, el Colectivo de Escritores Jóvenes, la UEJ de Valparaíso, el Instituto Chileno Francés porteño, la rama literaria de la ACU, los talleres de la U. Católica de Santiago, de Valparaíso, de Concepción y Antofagasta, nace la Agrupación Cultural Santa Marta y el Taller 666 entre otras.
Cuánto sirvieron esos talleres para sobrevivir.
Nosotros los de entonces ya no somos los mismos. Muchos no se dedican al oficio de la Literatura y sólo les basta el oficio de sobrevivir. Gracias a estos grupos semi-clandestinos se comparte un poema, cuento, obra de teatro o canción.
El bar de la SECH se transforma en el microespacio de una bohemia con toque de queda.
Vivir se hace cada vez más difícil.
Leemos a Connoly. Anotamos la hoja donde dice: “La vida es un laberinto en el cual nos equivocamos de bifurcación antes de haber aprendido a andar.” (“La sepultura sin sosiego” Pág. 43)
Gracias a la lectura  se arman parejas que, con el paso de los años, se desarman. Se hacen amistades que duran toda la vida y, algunos,  hoy ofician de sesentones padrinos de  bebés que se aproximan a los 40.
Han pasado varias décadas y sólo se puede afirmar, que nosotros los de entonces, ya no somos los mismos.