Mural del Colectivo de Artistas Jóvenes, GAM. 2019.

El relato personal de Jacob cruza la sociedad chilena. Su historia es la historia de Chile de las últimas décadas. Habla, reclama, que todo no siga igual. Nadie queda indiferente a sus palabras.

Nací a fines de 1959 en Santiago, pasé mis primeros años en una comuna como muchas otras. Deje de ser un niño en los setenta, en un Chile que ya no existe.
 
Recuerdo con nitidez las ciudades de provincia, los barrios, sus habitantes, las calles, los almacenes. Las farmacias tenían nombre propio, no eran cadenas coludidas. Para cualquier insumo, había cerca un proveedor confiable al que conocíamos.
 
A los 4 años me partí la frente con una pala de construcción. Me llevaron en el camión de un vecino a la posta, recuerdo el techo del vehículo y un pañuelo ensangrentado. Al vecino nadie le pidió un cheque en garantía para atenderme. La salud no era un negocio. También recuerdo una enfermedad de papá. Estuvo en cama un buen tiempo sin poder trabajar. Como no había Isapre, le pagaron su licencia a tiempo, sin peleas ni reclamos.
 
Fui a buenos colegios y no hubo que pagar por eso. Había escuelas y liceos públicos con la misma calidad en todas partes, nos mezclábamos ahí la prole de profesionales y obreros. No se llamaban escuelas inclusivas, simplemente la exclusión no era una política del Estado.
 
En el gobierno derechista de Jorge Alessandri Rodríguez, se inició precariamente la Reforma Agraria. Se intensificó después en el gobierno centrista de Eduardo Frei Montalva, pero fue en el gobierno de la Unidad Popular, con el presidente Salvador Allende Gossens, que esta se profundizó. Fue un proceso evolutivo, que involucró a dispares fuerzas políticas, en distintos niveles de compromiso, legislando el bien común.
 
Entre otros logros, Allende también propició la Nacionalización del cobre. Gran avance en soberanía, aprobado por unanimidad en el poder legislativo, en un acto que marcó un hito, cuyo legado hoy es fundamental en el presupuesto del Estado.
 
Pero cuando tenía trece años, una mañana, mientras compraba el pan y la leche de cada día en el almacén de don Mario, oí el rugir de los Hawker Hunter estremeciendo nuestro cotidiano devenir. Al volver a casa me enteré de lo que ocurría en La Moneda.
 
Todo cambió de ahí en adelante, la historia es ampliamente conocida. El Estado como organización criminal, pisoteando la ley, promoviendo el saqueo de las riquezas nacionales.
 
Quienes tomaron el poder político, se daban a la tarea de destruir todas las conquistas democráticas, sociales, laborales, de planificación urbana, de construcción de viviendas, de salud, transporte, industria, tecnología, cultura y organización social. Violentamente, arrasaron con todo.
 
Construyeron un país a la medida de las familias poderosas y adineradas, lo hicieron a punta de fusil. Cambiaron Chile. Buena parte del país, sus territorios, recursos naturales y riquezas, pasaron a manos privadas, a selectos clanes privilegiados. La apreciada Reforma Agraria, la joya de tres gobiernos de distinto signo, fue anulada, y las tierras usurpadas.
 
Fui testigo de todos esos cambios, crecí, desarrollé el pensamiento crítico, aprendí, impotente ante las atrocidades que me abrían la vista y el entendimiento.
 
Muchas personas de mi generación lo sufrieron como yo, otras tantas, sucumbieron al canto de las sirenas. Quienes se negaron a seguir esas melodías engañosas y resistieron, en las calles, en la revuelta peligrosa, lograron socavar el poder de la barbarie. El dictador y sus patrones, no abandonaron La Moneda porque les pareció suficiente. El país ardía por los cuatro costados y tuvieron que negociar una salida.
 
Cómo bailamos cuando ganó el “NO”. Cómo nos abrazamos y lloramos de emoción. Las calles en todo el territorio fueron una fiesta maravillosa, profunda, memorable.
 
El día de la transmisión del poder, en el recién abierto Congreso Nacional en Valparaíso, el usurpador entregaba el gobierno a un presidente elegido en las urnas. Lo vi por televisión, expectante. Me colmaba un sentimiento de incertidumbre, de incredulidad.
 
Ingenuamente, muchos de quienes mirábamos desde diversos puntos del territorio ese acto, abrigábamos la esperanza, teníamos la ilusión de que estaba ocurriendo un cambio fundamental.
 
¿Cómo sería la próxima tarde? ¿Cómo sería el día siguiente? ¿Cómo volverían las cosas a su cauce normal? ¿Cómo se impediría el ejercicio de un cargo en el poder al tirano? ¿Cómo se derogaría la constitución política? ¿Cómo se volvería al Estado los servicios privatizados? ¿Cómo se haría justicia? ¿Cómo se juzgaría los crímenes? ¿Cómo llegaríamos a ser un país soberano? ¿Cómo se resolvería la cuestión Mapuche, que estaba planteada?
 
Pasaron los días y la expectativa se fue diluyendo, muchos nos fuimos olvidando de ella. Cuando se investigaba los negocios sucios de Augusto Pinochet hijo, su padre, aún General en Jefe de ejército, saco a “sus soldaditos” a la calle, amenazando la frágil transición democrática. Ese motín nos hizo ver a muchos, que no se podría hacer cambios profundos. El presidente Patricio Aylwin Azocar, nos habló de “la justicia y la verdad en la medida de lo posible”.
Esa era la democracia a la chilena, la “democracia protegida de Augusto Pinochet y sus amos”.
 
Lo que no sabíamos por entonces, las personas de la calle, de las barricadas, de los apagones, de las marchas, es que habíamos sido engañados. Habíamos escuchado las declaraciones de los políticos que firmaron el “Acuerdo Nacional”. Que habría un plebiscito, que si ganaba el “NO” habría elecciones. Lo que no supimos, es que había un pacto secreto.
 
El “Acuerdo Nacional”, era en realidad un pacto que permitía elecciones, pero que otorgaba un reconocimiento institucional a toda la barbarie, el robo, la ignominia de la Dictadura. La constitución política de la derecha, hecha entre cuatro paredes, por y para unos pocos, la de los poderosos, la de militares y civiles coludidos con los consorcios nacionales y foráneos, era ahora la constitución que regía a todxs lxs chilenxs. Aunque tenía un origen ilegítimo, aunque había sido redactada e impuesta bajo la amenaza, la tortura, las desapariciones, el exilio, las relegaciones. A pesar de todo, no se podría cambiar.
 
Alguna vez le dije a mi hijo mayor que en Chile no habría una revolución. Que lamentablemente no nos daba para heroísmos. Le creíamos todo a quienes nos engañaban y expoliaban. Probablemente seguiríamos evolcionando lentamente en algunas conquistas democráticas, en cambios que aliviasen un poco las cosas. Que, “los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”. En fin, esperanzas de revolución, era mejor olvidarlas
 
Al parecer me equivocaba. ¡Cuánto quiero, haber estado equivocado!
 
Lo que hemos visto a partir de octubre de 2019, es algo nuevo.
Es Mítico.
Es Místico.
 
Salvador Allende, se erigió en profeta de  postergadxs y desamparadxs, de los engañadxs, de lxs que hoy no sobran, y nunca más lo harán.
 
“…Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza…”
 
“…Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor…”
 
Chile tiene grandes sabixs, voces proféticas. Algunxs, como el propio Allende, como Mistral, Violeta, nos hablan desde la ultratumba. Escasos meses antes del estallido, se fue Claudio Naranjo después de visitar chile con su invitación a sanar la mente. Otros nos hablan en el presente, como Gastón Soublette, Patricia May, Humberto Maturana, Carla Cordua, Adriana Valdés. La lista no es excluyente, hay muchos más, valiosísimxs. Lxs hay muy reconocidxs y también anónimxs.
 
Hay una energía y una sabiduría que nos circunda, nos ilumina, nos susurra, nos inspira.
La administración política, debiese escuchar a sus sabixs. Pueblos, naciones, que pese al despojo y tribulación centenaria, han logrado sobrevivir, para enseñarnos otra forma de vida, de organización, de sustentabilidad.
 
Esta energía y sapiencia misteriosa, tiene en jaque no solo a las instituciones. Tiene en jaque nuestra propia sobrevivencia como especie, sometida a un virus que en forma simbólica ha detenido o ralentizado el movimiento del planeta, al menos la actividad de su mayor amenaza, la especie humana.
 
Una fuerza misteriosa ha empujado a personas jóvenes, que son vistas con desdén por la sociedad, jóvenes que no se identifican con nada de lo que les rodea. Lo que algúnxs leen como anomia, pareciera ser un conocimiento arquetípico, yacente en el inconsciente colectivo, que anima a una generación a destruir todo aquello que por siglos se ha construido en contra de la vida, y que el último medio siglo, en nuestro país ha ascendido a extremos experimentales insostenibles.
 
En términos globales, nuestro país es el ejemplo de la ferocidad extrema, de la destrucción del medio ambiente, de las personas, de los principios y valores que todo el conocimiento primordial, ha desarrollado desde tiempos ancestrales.
 
Hoy pareciera que zozobramos. Eso horroriza a quienes tienen algo que perder. No podemos poner en riesgo las instituciones, no podemos hundirnos, proclaman. Las clases políticas corrieron en noviembre de 2019, para salvar “sus” instituciones con un “Acuerdo por la paz y la nueva constitución”. Pero nuevamente, las reglas las ponen los mismos partidos que engañaron a sus pueblos hace 30 años.
 
El reglamento de elecciones, impide que la Convención Constituyente represente a nuestros pueblos. El 20% de la élite económica de este país, atrincherada mayoritariamente en un territorio que comprende las únicas tres comunas, en que la opción Rechazo tuvo mayoría en el plebiscito, nuevamente, como hace 30 años se ha asegurado que las reglas del juego, no permitan los cambios necesarios para que fluya la vida y la paz en el territorio nacional.
 
Oíd pueblos.
 
Oíd naciones.
 
Chango, Aimara, Likan-Antai, Diaguita, Pikunche, Mapuche, Wuilliche, Kunkunche, Pegüenche, Pwelche, Ténesch, Chono, Aonikenk, Kahuesqar, Selknam, Haus, Yámana, Chilena.
 
“La historia es nuestra y la hacen los pueblos”
 
No podemos dejarnos engañar nuevamente.
No pueden volver a engañarnos.
 
Solo en las calles, en la barricada, en la lucha junto a la juventud que abrió nuestros ojos y nuestros corazones, está la llave para que los partidos políticos que aspiran a representarnos, cambien la legislación con urgencia.
 
Cambien las reglas de esta elección. Si no son sensibles a la sensatez que está moviendo toda su energía en este territorio y en el planeta, quedarán a vera de la historia.
Serán responsables del naufragio que arrasará “sus instituciones” y la “civilización”.
 
No queremos mentiras
No queremos engaños
No queremos “su democracia mezquina”
 
Una voz en la acera.