Olegario Laso Baeza.

Un clásico de la literatura chilena es “El Padre” de Olegario Laso. El escritor y profesor Francisco Zañartu “revisita” su lectura e invita adentrarse al mundo militar de otras épocas y de su vigencia hasta nuestros días.

Dijo adiós y se fue arrastrando los pies, pesados por el desengaño.
Pero desde la puerta se volvió para agregar, con lágrimas en los ojos:
-Al niño le gusta mucho la pechuga. ¡Denle un pedacito…!
Olegario Lazo B.
Una de las características de la narrativa es que cuenta una o más historias y, a la vez, representa un contexto y muestra, en forma palmaria, una visión de mundo. Relata, desde una perspectiva, como se dan los hechos. Una obra literaria, como toda acción humana, resiste diversas miradas y puede  ser aplicada en distintos contextos. (Hay que dejar en claro que muchas veces es el contexto que se niega a cambiar) 
En lo que se refiere a la literatura chilena, al revisar las obras más relevantes de la narrativa, vemos como estas representan un comportamiento casi paradigmático de nuestra sociedad. Blest Gana, Edwards Bello y Donoso, entre otros, describen el arribismo y el menosprecio de quienes son, o se creen, parte de las “supuestas” clases altas.
A propósito de narradores, habrá que decir que no pocos estudiosos  de nuestras letras coinciden en que “El Padre”, de  Olegario Lazo Baeza (1878 – 1964) está entre los grandes cuentos chilenos. La verdad no tiene ningún sentido establecer  un “people meter” de calidad narrativa y establecer si es mejor o peor que “El vaso de leche” de Manuel Rojas, “El pájaro verde” de Emar o «La amortajada” de M. L. Bombal.
Lo interesante del relato de O. Lazo es que si lo leemos hoy, le encontramos vigencia. El cuento narra la historia de un viejo campesino, Zapata, que va al regimiento a ver a su hijo, recién egresado de la Escuela Militar. El joven teniente, que estudió gracias al patrón le pagó la carrera, reniega de él y lo increpa por haberlo visitado.  El viejo le ha llevado un canasto con una gallina, con la certeza que le gustará, sin embargo, el hijo, que ha perdido contacto con la tierra y el amor paternal y se codea con personas de otras clases, no quiere ser descubierto. Se enoja y, frente a lo inevitable, lo recibe, lo saca para la calle, lo trata pésimo, lo deja solo, no sin antes advertirle sobre la inconveniencia de la visita.
El viejo, finalmente le regala la gallina a la guardia, pidiendo que a su hijo le den un pedazo de pechuga.
Al leer una obra narrativa, se debe tener en cuenta que el narrador es una cámara y, por tanto, muestra lo que quiere. En este caso nunca sabremos si el  honorable campesino fue un padre maltratador, si engañaba a su mujer con la esposa del patrón o traficaba madera. Estas alternativas no nos parecen posibles pues, si se observa al Teniente veremos que lo rechaza por vergüenza y no por rencor.
Desde la época de Don Olegario el contexto se ha modernizado pero es poco lo que ha cambiado, por lo que podemos establecer una relación texto/contexto que nos lleva, inexorablemente, a la promiscuidad del lenguaje.
Hoy, cuando creemos que todo se resuelve con una estatua que se saca y se pone, se pone y se saca, se nos viene a la cabeza el Teniente Zapata. Olvidamos que arriba está el General Re (requete) conocido oficial y el soldado desconocido. Cabe preguntarse, cuándo tendremos un soldado reconocido y una Generala desconocida. Sería emocionante, o al menos surrealista, besarse y amar a nuestra pareja en la tumba del general desconocido.
En Chile hay desconocimientos generales, no generales desconocidos.
Cabe señalar que el monolito de ambos, general y soldado, conocido y desconocido, históricamente ha dividido a la capital: “De la plaza Italia para arriba o de la Plaza Italia para abajo”
Un conocido dirigente socialista aseguraba que era de la clase media, pues no vivía ni de la Plaza Italia para arriba ni de la Plaza Italia para abajo (La información fue confirmada comprobándose que vivía en la calle Pío Nono)
Como todo lugar emblemático, aquella plaza establece una división en los horarios de visita. Cuando Piñera Echeñique, va, no pueden ir los manifestantes que asisten todos los viernes.
Juntos pero no revueltos.
El pobre Sr. Baeza, militar y diplomático, no pudo ver a sus actuales oficiales y narrar sus vidas. Imaginen lo que nos contaría del Teniente Zapata, arriba de un Audi, viajando, por el viejo continente, con gastos públicos y regalándole joyas a su esposa y/o secretaria.
 Don Olegario, le queremos advertir que si algo ha cambiado el porfiado contexto, ha sido para peor y, lo más probable, es que Zapata haya olvidado el sabor de la pechuga de gallina.