La icónica foto de la revuelta social iniciada el 18 de octubre fue tomada por la actriz Susana Hidalgo. Una foto que paso a ser parte del imaginario de los chilenos.
La destacada académica María Eugenia Góngora pone las cosas en su lugar en la Plaza de la Dignidad. Une las piezas del rompecabezas que la política oficial no ha podido darle sentido. No obstante, en sus palabras se puede reconocer a las voces de los millones de chilenos.
La Plaza Italia de Santiago ha sido por mucho tiempo un lugar de encuentros y de celebraciones; últimamente, ha sido también un espacio en disputa; allí se ha puesto en escena, con banderas y símbolos, una disputa por la historia y la memoria personificadas en la figura de Manuel Baquedano, un general que participó en la Guerra del Pacífico y en la “pacificación” de la Araucanía.
Es bueno recordar que la Plaza Italia no ha sido solo un lugar de encuentro y celebración: ha sido desde hace mucho tiempo también un umbral, una zona que separa el “centro” republicano y las grandes alamedas, por una parte, y el “barrio alto”, por otra. El ‘aire’ es distinto en la calle Ahumada, en la Plaza de Armas, en el Mercado Central, todos ellos lugares de paseo y de encuentro que no se comparan fácilmente con los lugares de paseo de los barrios de la zona oriente de Santiago. Esta Plaza une y separa a la vez dos mundos, dos maneras de vivir la ciudad y de caminar por ella.
Esa separación, esa oposición de “los de arriba” y “los de abajo” de la Plaza Italia, (más allá  del origen social de los manifestantes),  se ha hecho presente en ese espacio desde la noche del 18 de Octubre. La celebración carnavalesca y disruptiva de la protesta y de la denuncia, cuyo centro es una Plaza Italia que perdió su nombre y que quiere ser renombrada como Plaza de la Dignidad, se convirtió también en una acción de derrocamiento, propia de todo carnaval: el derrocamiento del General Baquedano. Después de meses de reiterado asedio, la escultura fue finalmente retirada con honras militares, pero de noche, casi a escondidas, en medio del sentimiento de derrota de quienes se sienten representados por el General. Por este general del siglo XIX y por los que vinieron después.
La reapropiación de este espacio vacío, rodeado por un muro que se quiere mostrar como indestructible, es ahora un gesto necesario y merece una reflexión común. Se han levantado voces como la de Miguel Lawner, protestando y llamando a cambiar ese muro y convocar a los ‘muralistas’ populares que surgieron en los meses de la revuelta de octubre.
Podemos también resignificar un espacio que en realidad no hemos visto nunca, el de la tumba del soldado desconocido de la Guerra del Pacífico, reconociendo en ese lugar a todos los chilenos, vivos y muertos, que han luchado por la justicia, por la vida, por la dignidad. En nombre de ellos, la Plaza se puede y se debe renovar y convertirse, definitivamente, en la Plaza de la Dignidad.
Hace 50 años, y con ocasión de la recepción del premio Nobel, Neruda recordaba unos versos de Rimbaud: “Al amanecer, armados de una ardiente paciencia, entraremos a las espléndidas ciudades”. Y concluía diciendo: “el entero porvenir fue expresado en esa frase de Rimbaud: sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia, dignidad a todos los hombres. Así la poesía no habrá cantado en vano”.
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