El fantasma de la pandemia recorre las vidas de los chilenos. El microcuento de Eduardo Contreras no está para cuentos ¿o sí?
Sandra sabe el que quiere para sus cincuenta años. Le acababan de festejar los quince cuando comenzó la pandemia. Ahora en su teletrabajo, pertenece a esa élite que alcanzó a vivir la época de las salidas a la calle.  Las añora, aun sabiendo que eso arrasó con millones de personas, antes del confinamiento perpetuo que siguió al fracaso de las vacunas en todo el mundo.
Ahora entiende a esos exiliados que vivían enviando mensajes de añoranzas y recuerdos. Ella necesita ver nuevamente el mar, son treinta y cinco años sin verlo, y sabe que está ahí al alcance, detrás de esos edificios.
Se levanta del escritorio – comedor y abre la puerta de salida. Su vista se repleta con árboles y plantas que han invadido lo que fue la acera y la calle, divisa una manada de cerdos salvajes y algunos caballos. Corre hacia la costa tratando de esquivarlos. Alcanza a escuchar el ulular de una sirena y el aleteo de los drones que van tras ella, apuntándola con dardos paralizantes.
Alcanza a ver una delgada línea azul, antes de caer.