“Sembrador” (1888). Artista: Vincent Van Gogh

Reforzar la dimensión central del ser humano y sus necesidades. Ese es el llamado de Lacámara y Sáez, hacer de la justicia y la solidaridad las respuestas a la crisis actual.

El protagonista del Séptimo Sello de Ingmar Bergman, le pide a la muerte jugar una última partida de ajedrez. A partir de ese momento, y en el marco también de una epidemia (hablamos de la Peste Negra) la vida y la muerte, lo real, lo absurdo, lo ingenuo y lo brutalmente despiadado de la existencia, se darán la mano en un relato tan intenso como descarnado, que como toda obra de arte revela al mismo tiempo la inmensidad de lo humano y sus profundas contradicciones cotidianas.
 
Parece ser que en la tarea de vivir no todos están invitados a la misma mesa o, por lo menos, no a la misma hora y en el mismo lugar. No hace falta recorrer mucho trecho o transitar por los callejones de la historia para darse cuenta de lo anterior. Basta con asistir a la puesta en escena trágica y dolorosa del manejo de una pandemia que ha convertido los obituarios en estadísticas, la solidaridad en apego febril a los privilegios por parte de quienes los poseen y la salud en un asunto meramente mediático y hospitalario. En esta suerte de relato asimétrico o de pintura cubista el ser humano de nuevo se diluye, se desvanece en medio del juego perverso y secular de intereses políticos cortoplacistas.
 
Asoman a contraluz realidades dispares en un mundo supuestamente globalizado e interdependiente. Estados Unidos de Norteamérica y la Unión Europea poseen el 50% de las vacunas, constituyendo su población total sólo el 10% de la población mundial. En cambio, el continente africano posee en este momento solo dos millones de vacunas para mil millones de habitantes. Hemos interiorizado de tal manera la desigualdad, como fruto directo de la sociedad disciplinaria, que para muchos no pasa de ser apenas un tema estadístico en el ajedrez fatal que hoy nos toca jugar.
 
Mientras tanto el ascendente y lucrativo mercado de las vacunas parece ser el único que goza de buena salud y de un mejor pronóstico todavía. La indisimulada guerra comercial de los distintos laboratorios (con su innegable contenido geopolítico) va dejando como siempre a la orilla del camino a esa humanidad doliente que no entiende de patentes, propiedad privada, garantías de compra, fluctuaciones del mercado y todo aquel etcétera tan propio de una sociedad adormecida y sistematizada por el fin de lucro y la eficiencia como metas y estilo de vida.
 
Todo indica que las vacunas son primero, de quienes las producen (y las pueden pagar) y no de quienes las necesitan. En este escenario cargado de inconsecuencias y asimetrías vergonzosas, sólo el «sagrado principio» de la propiedad privada (aún en caso de necesidad colectiva) parece mantener en alto su estandarte, en medio de una catástrofe sanitaria cuya tasa de morbilidad crece día a día.
 
El momento actual,  requiere una propuesta ético-social nueva y transformadora cuyos ejes sean la justicia, la solidaridad, así como la dimensión social de los bienes y del ser humano.
 
El crecimiento obsceno de la fortuna de los multimillonarios (Forbes dixit) en estos días de pandemia, miseria y precariedad, hace más urgente que nunca la reivindicación absoluta del ser humano por sobre todo aquello que condiciona, o directamente anula, su dignidad y sus derechos.
 
Incertidumbre, precariedad, inseguridad, que en el escenario viral de la pandemia parecen sorprender a muchos son, para otros, la gran mayoría, sus modos cotidianos de vida, con o sin pandemia. Ellos son los que reciben los frutos de la unilateralidad económica y social, de la exclusión, del mesianismo político oportunista y corrupto. Ellos constituyen esa gran mayoría que ha aprendido a vivir, o a sobrevivir más bien, con la incertidumbre del día a día, víctimas de ese paradigma brutal, la supuesta propiedad privada.  
 
Para ellos, a pesar de tantas esperanzas casi metafísicas de cambio en la humanidad,  el escenario seguirá siendo el mismo cuando pase la pandemia, junto al asombro y el espanto tan oportuno de los otros.