“Haystacks Autumn” (1873). Artista: Jean Francois Millet
¡Cuánto significado se encuentra en la palabra “rebaño”! Un desdén que Jorge Lillo nos coloca frente al rostro para advertirlo y rechazarlo.
El censo se hace en un día
para saber cuántos somos,
dónde vivimos y cómo
nos ha tratado la vida.
No imitaron la medida,
para rastrear la epidemia;
no oyeron a la Academia
que habría evitado el daño,
pues no merece el rebaño
rehuir lo que lo apremia.
 
Montan un show semanal
contando los nuevos muertos
en ciudades, campos, puertos
y en la urbe capital.
Se ufanan con el total
con un exitismo extraño
que manejan a su amaño,
dejando muda a la audiencia
que observa la conferencia
en que nos llaman “rebaño”.
 
Alargan las cuarentenas
por culpa de algunos pocos,
pero no se ataca el foco
porque se agota la vena.
Todo el ganado a condena:
¡arresto domiciliario!
Como el forraje es precario
anhelamos un respiro,
esperando que el vampiro
nos dé un bono extraordinario.
 
Así sigue el pastoreo
mientras pasan las semanas:
cuando está el ganado en cana
no le permiten recreo.
Permisos para el coqueo,
permisos pa traficar,
permisos para asaltar,
permisos para hacer daño;
mas no le dan al rebaño,
permiso pa protestar.
 
No previene el alguacil
que el toro se torna bravo.
Cuando ya no esté encerrado
ha de volverse cerril.
Y la mula más servil
puede soltar su patada
a pesar de que esté amansada,
si exagera en los regaños
y contagiando al rebaño
causará una desbandada.
 
“Inmunidad de rebaño”,
nos dicen los descarados,
pues así nos han tratado
a lo largo de los años.
Que nadie se mueva a engaño:
nos tratan como manada,
piara, tropilla, majada,
apta para los corrales
que los caprichos fiscales
resguardan con fuerza armada.