El periodista y escritor Federico Gana nos proyecta desde pasado, el presente del solitario ocupante del Palacio Presidencial, su ensimismamiento y la ingobernabilidad como estela de su humanidad extraviada.
Hay muchas formas de llegar a ser solo.
 
Una de ellas es hacerse el simpático hasta que los demás se den cuenta de lo contrario y dejen de creer en la sonrisa amable de los dientes hacia afuera, el abrazo frígido y la manera de hablar repitiendo conceptos hasta el cansancio. El cansancio de los demás, obvio. Otra fórmula, pero tremendamente peligrosa como lo estamos viendo, es intentar por cualquier medio llegar a la cima de todas las cimas, sin medir consecuencias y sin haber tenido la sencilla ocurrencia de preguntarle a esos mismos demás sobre lo que piensan del país, la sociedad en su conjunto.
 
“Creérselas”, en chileno común y corriente.
 
Esto que se ha estado ejercitando últimamente en Chile, hasta que fraguó, se veía venir desde muy lejos. Quizás también se haya estado conversando, por supuesto extraoficialmente, en la propia Casa de Gobierno donde habita quien ha logrado, tristemente, ser solo.
 
Una experiencia personal:
 
Jamás olvidaré cuando el empresario Sebastián Piñera Echenique citaba mensualmente a reunión de pauta a todos los redactores de la revista Mastercard. Era una publicación nacida en los dictatoriales ochenta al amparo de las, entonces, recién llegadas a Chile tarjetas de crédito y que, no todavía incursionador en la política, pero sí en la especulación, el actual mandatario se había encargado de comercializar, ya sabemos cómo.
 
La reunión se efectuaba en su oficina alrededor del amplísimo escritorio del dueño de casa, totalmente cubierto de rumas de documentos, dos o tres aparatos telefónicos. Nos sentábamos en sillas muy cómodas atesorando en silencio nuestras ideas para reportajes que pudieran entrar en la pauta de la próxima edición. En mi caso, no comentaba. Francamente, me desagradaba el carácter del dueño de la revista y esquivaba su forma de dirigirse a los demás. Allí y en todo lugar. Nunca quise cruzar una palabra con el empresario que, como dueño de la publicación mensual, era también su director. Siempre con un lápiz en su mano izquierda, brazo muy doblado y anotando en una hoja de papel cuadriculado, se metía en todos los detalles. Todos, de verdad. Infatigablemente. Decidía temas sin escuchar sugerencias y, junto con responder a variados llamados telefónicos que interrumpían la reunión, discurría y cambiaba constantemente el hilo del diálogo. Yo terminaba exhausto de desagrado aquellas reuniones de pauta y me retiraba pensando que había estado en las oficinas privadas de un personaje muy solitario.
 
Regreso a hoy.
 
Cuando la actual crisis de gobernabilidad parece estar llegando a circunstancias peligrosas, es difícil no darse cuenta de ello. Lo que ha sucedido en las últimas horas en el Tribunal Constitucional (y de lo cual no hablaremos aquí pues es vox populi), hace que la ciudadanía comience a pensar, definitivamente, con otra sensación. De alguna manera, los ciudadanos tenemos la democrática sartén por el mango. Lo que antes y ahora estuvo y está en los cabildos, en las marchas, en las calles, en las plazas, en el diario vivir de estas horas de los chilenos, vibra más vivo que nunca.
 
Es un momento crucial. Necesitamos seguir practicando el esfuerzo de construir un mensaje verdaderamente aglutinante en las redes y se logre que ese mensaje lleve indesmentiblemente la batuta. Para que Chile escuche a Chile. Y actúe.
 
Recuerdo que el presidente Piñera, cuando vino el estallido de octubre 2019, señaló:
 
“La manifestación la hemos escuchado con atención, con humildad y la hemos incorporado al corazón de nuestras prioridades”.
 
Entonces, quedamos a la espera. Fuimos confiados. Y quisimos creerle porque seguimos siendo un país demócrata y todo lo que ocurre, si efectivamente es escuchado, debe canalizarse a través de las autoridades correspondientes. Eso sí, las cosas hoy están diciendo basta. En estos días prevalece un singular sentido de urgencia.
 
Es innegable: se viven días cruciales. El país espera, principalmente, una nueva Constitución. Es la meta que anida buenamente en el alma nacional. Y, al momento de redactar estas líneas, subsiste la comprensible incógnita respecto de por cuál camino intentará avanzar el hombre solo que habita el Palacio presidencial. Porque lo están dejando solo. Desarmado. La interrogante es si su corazón frío y su mente que todo lo quiere concentrar podrá convencerse, inobjetable y claramente, que quizás por primera vez en su empresarial y calculadora existencia, debe aceptar que los demás existen. Y que es tiempo, como cuando corren vientos fuertes y contrarios pero llenos de futuro, de agachar la cabeza y, sencillamente, escuchar.   
 
O no.
 
La porfía a veces no tiene límites y es el momento de averiguarlo.