Mujer en la costa (1910). Autor: León Spilliaert

Algo anda mal. Algo no funciona en esta sociedad. Los raros y las raras de nuestra adolescencia tenían una intuición al respecto. ¿Se estrellaron contra el sistema o se rindieron?

Marta llevaba el pelo azul y los bototos Dr. Marteens a todos lados. Tanto así que la gente la identificaba incluso sin saber su nombre. Y que Marta pasara a ser la mina azul o la mariposa con bototos no era nada raro.
 
Marta era rara, según los compañeros del colegio. Tenía amigos más viejos y la verdad es que no estaba ni ahí con nosotros. Creo que la única vez que la escuché opinar en una de esas reuniones del curso fue en relación al 8M, no estaba de acuerdo con trabajar la reivindicación de la mujer blanca burguesa, a pesar de que ella era eso, una mujer blanca y burguesa. Quería trabajar con los pueblos originarios, incluso propuso que fuéramos a una de las comunidades al interior de Temuco. Nadie dijo nada, nuestro colegio era de élite, francés, que se reservaba el derecho de admisión. Los hijos de celebridades y políticos estudiaban ahí, claro, esos progresistas.
 
Nos llamaban el Red set. 
 
«¿Por qué hay que hacer caridad?» Dijo una de las compañeras ante la propuesta de Marta, «o sea nosotras también somos mujeres, que seamos blancas y tengamos plata no quiere decir que no podamos exigir nuestros derechos». Varias aplaudimos y Marta se calló, nunca más la escuché opinar algo en esas reuniones y en ninguna otra. 
 
Y tenía sentido, Marta se dio cuenta tempranamente de que las cosas estaban mal. Nunca más supe de ella hasta ayer, cuando vi su cuerpo en un vídeo viral, arrastrado por los pacos en una calle de Colina. Bañada en sangre, inconsciente, con heridas de perdigones y la ropa rota. Ya no tenía el pelo azul.