Capturando el momento (1906). Autor: Joaquín Sorolla y Bastidas
Nos enfrentamos al período de dejar volar la imaginación y el corazón. Federico Gana nos enfrenta a esa libreta vacía y el desafío de escribir, al arte de la creación, a la soledad de ese momento. Nada es definitivo. Y el fin de semana que acaba de transcurrir fue un potente testimonio de aquello.
Esta libreta de elegantes tapas afelpadas, regalo de Navidad de hace tres años del Amigo Secreto, la dediqué a escribir en ella solo mis pensamientos definitivos. Los que ya no cambiarán.
 
Cuando el presente se me vuelve intolerable y veo el futuro solo como su espantosa prolongación de este hoy que me amarra, me refugio en el pasado. No me dejo guiar sencillamente por la memoria. Es ella quien me conduce.
 
La libreta está dedicada por mi nuera y mi nieto, contiene en la primera página una foto de ambos y en la dedicatoria señala:
 
¨Para dejar volar la imaginación y el corazón”.
 
Es de color verde, como las hojas de los plátanos orientales que hasta hace dos semanas se introducían dóciles por mi balcón y yo las saludaba, las inspeccionaba más bien, les veía los brotes nuevos como quien mira a un recién nacido con temor de tocarlo. Una de las encargadas del edificio llamó a los podadores municipales y, sin preguntar la opinión de vecino alguno, muy temprano en la mañana de hace dos semanas procedieron al corte de todas las ramas.
 
“Es que las aceras y los prados se cubren con un manto de hojas muertas del otoño”, explicó la vecina, sin notar su vena poética.
 
Ahora los troncos desnudos se ven tan desolados y vacíos como mi libreta de felpa. Al mirarlos así, ateridos, no puede volar mi imaginación y el corazón, como ordena la dedicatoria escrita en la segunda página de la libreta. Su tapa de suave paño tiene un hermoso ribete a todo el largo,  parece un bolsón colegial. Y sí, es para guardar los sentimientos definitivos. Sus hojas contienen líneas, como los cuadernos antiguos de colegio y me llaman a tomar mi lapicera de tinta. No un lápiz plástico de pasta, que la desmerecería.
 
Varios ciclos de la naturaleza pasarán antes de que se acerquen nuevamente algunas ramas nuevas a mi balcón. Sin querer, pero recordando, las esperaré en los veranos como cuando daban sombra, en los fríos inviernos entumecidos, en los otoños cuando caían hojas embelleciendo prados y aceras como un manto y, sobre todo, en las primaveras cuando todo se pone verde, como mi libreta de felpa. Pienso en los pájaros, que hasta hace unos días me acompañaban en las ramas.  No tenían amo pero eran míos, porque libres no son de nadie.
 
En este instante me doy cuenta de que aún no escribo nada en la libreta. Sigue virgen de palabras, de imaginaciones y de corazón. Duerme en mi escritorio donde sueño y pienso y siento. Su virginidad delata que nada es definitivo, tampoco el asesinato de ramas en los árboles desvestidos y desconcertados como yo frente a mi ventana.