Elvis Presley en el tráfago de nuestro transporte colectivo, un flautista de Hamelin en medio de la multitud.

El joven viste y se mueve como Elvis Presley, mientras entona uno de sus blues. Le han dejado espacio.

Lo escucho cada vez con más atención. Nos miramos con la mujer sentada a mi lado y, sonriéndonos, movemos la cabeza en señal de aprobación.

Al frente, dos muchachas tararean el blue a su vez, despacio, con los ojos semicerrados.

Lo pilla la apertura de puertas y aún sigue cantando dulce, arrobando al público cautivo en el vagón.

Rápido, termina, toma su parlante y sale al andén.

Salgo también a codazos, apresurada, tras el flautista Presley, pero se desdibuja en la multitud.

Con nostalgia resignada digo adiós a Elvis resucitado y sigo mi camino.