Frontis del Liceo Manuel Barros Borgoño

“Fue en ese entonces, que mi promedio en dicho ramo se incrementó en proporción a lo que el profesor enseñaba. Nunca creí que se me podía hacer tan fácil y familiar una asignatura, aunque lamentaba, dentro de mí, que fuesen solo dos horas a la semana.”

Tuve la suerte de compartir el aula como alumno, con uno de los mejores profesores que recuerdo haber tenido. A esa edad liceana en Chile, uno era inmaduro en demasía, no tiene una visión clara de la vida y lo que más importaba era el desarrollo de los talentos naturales, en mi caso la música, el juego entre recreos y para otros, ir a buscar muchachas a la salida de clases.

Fue en el año 98 que entré al liceo Manuel Barros Borgoño, y ya desde primero medio, se nos venía la ciencia encima, sobre todo la física. En mis dos primeros años, esta no se me daba, era temeroso de ella, hasta que al pasar a tercero medio y también en cuarto, apareció la figura inolvidable del profesor Fernando Henríquez.

Se presentaba en el aula con una serenidad digna de un buda, y tenía mil y una historias que contar. Aparte de sus conocimientos sobre física, había muchos temas de misterios que me gustaba oír de su boca, a veces con el “Ureta” y el profe, nos quedábamos un rato más (cuando el timbre nos indicaba que era la hora del recreo), para seguir hablando lo que veníamos tratando desde la clase y así poder absorber lo máximo posible, de tal eminencia del misterio y la física aplicada.

Fue en ese entonces, que mi promedio en dicho ramo se incrementó en proporción a lo que el profesor enseñaba. Nunca creí que se me podía hacer tan fácil y familiar una asignatura, aunque lamentaba, dentro de mí, que fuesen solo dos horas a la semana.

Nunca lo recuerdo enojado, nunca lo recuerdo levantando la voz más que para enseñar, lo recuerdo con su figura ectomórfica, con sus vestimentas de color café y también sus canas, con el pelo medio largo y peinado hacia el lado.

Qué más decir de tan grande maestro, quizás con la madurez de mis años, hubiese sido posible una mejor comprensión de sus ideas y enseñanzas, y también hubiese podido exprimir lo que su cerebro contenía, una genialidad oculta y una sabiduría hasta de lo cotidiano, aunque recuerdo con cariño haberme comprado un libro de misterios, gracias a esas historias que relacionaban las pirámides de Egipto, la capacidad de la luz de recorrer el camino más corto y el problema que surgiría, cuando alguien tuviese la capacidad de revelarnos lo que realmente es la gravedad.

Profesor Fernando Henríquez, Liceo Manuel Barros Borgoño.