Chile y sus políticas educativas (Fuente: iberoamericasocial.com)

“Claramente, importan solo los (buenos) resultados, como sea que se llegue a ellos o qué se entiende por eso. La actual educación es una empresa cuyos dueños reciben (o no) recursos por dicha razón. El mundo educativo está desvinculado de sus contextos, tan disímiles como nuestra sociedad”

Mi padre, periodista y escritor, leía la mayoría de los diarios -muchos en su época- y, desde luego, escuchaba la radio, incluida onda corta. Los infaltables eran El Mercurio y El Siglo; con él aprendí a leerlos y a entender que había mucho trasfondo en lo que estaba escrito, a veces más importante que lo explícitamente escrito. También, lo importante que era conversar sobre lo leído y relacionarlo con otros temas, personas, opiniones; conversar con otros o con uno mismo. Como él, cada día leo todos los diarios que puedo, entre ellos, El Mercurio, que nutre mi archivo de recortes.

El mundo era muy distinto en esa época, pasada la mitad del siglo XX, a pocos años del fin de la segunda guerra.  Nuestro país era muy desigual, pero la concentración de la riqueza era mucho menor a la que padecemos hoy. Como tantos, me eduqué gratuitamente en todos los niveles. Las principales fuentes de información eran los diarios y las radios, la lectura y las conversaciones con muy diferentes personas.

Hace algunas semanas leo una carta al Director en la que se reclama la eliminación del despido de los docentes en razón de tres malas evaluaciones en un periodo de ocho años (“en que este hizo escaso esfuerzo por perfeccionarse”), lo que afecta los aprendizajes del estudiantado. Firman varias personas, entre ellas, conocidos especialistas en educación, exministros de la cartera, directores de fundaciones… Coinciden en el peligro de destrucción de la educación pública, por la “impunidad académica” que este cambio avalaría.

Comentario: Todos parecen haber olvidado que la dictadura barrió las pedagogías de las universidades de la época, y luego surgieron las universidades privadas o institutos varios, sin mayores controles, hasta hoy, salvo excepciones. La “diosa evaluación” es la creencia ampliamente compartida por moros y cristianos, una evaluación cuyos principales objetivos se concentran en excluir y, rara vez, podemos observar una vinculación real con los aprendizajes y con la creencia fundamental de que TODOS pueden aprender. Curiosamente, este tipo de evaluación solo se aplica al profesorado y, finalmente, la situación pasa a ser analizada y entendida como algo estrictamente individual, uno de los pilares del modelo (mis ahorros, mis esfuerzos, mis competencias). La formación profesional está también al servicio del modelo: entrenar para responder, pero no para hacer preguntas en un diálogo contextualizado de aprendizaje-enseñanza. El rol de profesores y profesoras ha sido socialmente menoscabado y se les ha limitado su capacidad de decisión en los establecimientos y en las aulas, donde deben “pasar” las diferentes asignaturas con apoyo de materiales educativos extremadamente pauteados.

Claramente, importan solo los (buenos) resultados, como sea que se llegue a ellos o qué se entiende por eso. La actual educación es una empresa cuyos dueños reciben (o no) recursos por dicha razón. El mundo educativo está desvinculado de sus contextos, tan disímiles como nuestra sociedad, en la que la mitad de las personas que trabajan gana menos de $400.000, con lo que deben ‘vivir’: pagar arriendo/dividendo, cuentas de servicios, alimentación, transporte. Los hijos de esa mitad van, mayoritariamente, a las escuelas municipales, como también los hijos de familias migrantes. Esos mundos disímiles se ocultan bajo normas de evaluación, de “¿calidad?”, en las que no caben los contextos sociales que, sin duda, tienen un rol fundamental en todos los procesos de aprendizaje.

Me gustaría leer un día una carta que pidiera una evaluación ciudadana real y con consecuencias también reales, de todos aquellos profesionales, empresas e instituciones, que ya no atienden personas sino clientes, quienes también se quejan mediante Cartas al Director de la mala atención, maltrato, respuestas y soluciones insatisfactorias, algo que a todos nos ha tocado vivir en algún momento y que apunta al nulo respeto por los derechos ciudadanos.