Por Diego Muñoz Valenzuela

“El que guarda siempre tiene”, predicaba su querida abuela, que siempre tenía a flor de labios alguna enseñanza.

De otra parte, su compasiva madre -un alma genuinamente caritativa- actuaba de acuerdo al principio “Donde comen dos, comen tres”, y su casa se mantenía abierta al desamparado, más allá de sus acuciantes vicisitudes económicas.

Tan distintas era abuela y madre como el aceite y el vinagre.

La anciana proclamaba “la caridad bien entendida comienza por casa” cuando presentía la proximidad del descalabro económico total debido a la generosidad extrema de su descendiente. “A quien no le sobre pan, no crie can” o “Sin harina, no se camina”, solía agregar.

“En la vivienda del pobre, la casa siempre es enorme”, respondía invariablemente la madre, “Las cosas más importantes de la vida, no son cosas”.

De esta ambigua forma se crió el hijo. Tras el paso de muchos años, su conclusión fue: “El que nada duda, nada sabe”.

Diego Muñoz Valenzuela