Por Diego Muñoz Valenzuela

Bañado en lágrimas caminé hacia la bodega de repuestos y me coloqué a la fila. Fue un largo rato, apto para seguir llorando. Llegué al mesón; lo atendía una mujer madura cargada de escepticismo. Con dureza preguntó qué necesitaba. “Un corazón, no ve cómo estoy”. Refunfuñó. Antes de partir preguntó por las características. “Duro, fuerte, a prueba de sufrimientos”. Sonrió. “Sé lo que necesita. Estuve en su lugar”. Desapareció. Yo también.