Por Josefina Muñoz Valenzuela

La pedagogía es una ciencia
hecha de tiempos y hojas;
hojas nuevas y hojas antiguas,
ramas nacientes, flores vivas…”
(Raúl Rivera, “Otoño pedagógico”)

No es que me lo hayan enseñado. Yo lo aprendí.
(Nazareno San Martín, cochayuyero de Temuco)

Vivimos un momento de cuestionamiento mundial de todos los sistemas, de la sociedad en su conjunto. Un tiempo para reflexionar acerca de por qué las grandes crisis no han servido para mejorar, sino para profundizar todo tipo de desigualdades, y para que pocas familias y/o grupos económicos concentren el poder y la riqueza, lo que les confiere un dominio difícil de penetrar y, a la vez, se constituyen en una suerte de paraíso al cual todos aspiran a llegar.

Un tiempo para reunir y articular pensamientos utópicos de distintas vertientes, revisar conceptos que parecen monolíticos, pero que esconden una polisemia que hay que desnudar y liberar, de la misma manera que hoy la humanidad entera requiere vías de liberación. El fin de las dos grandes guerras no sirvió para empezar de nuevo sobre mejores bases, con un aprendizaje que hiciera prevalecer lo humano. El planeta está saturado de guerras y guerrillas de las que poco se habla en los medios de comunicación, salvo para satanizar a unos y alabar a otros.

Quizás, es tiempo también de nuevas utopías, más simples, más conectadas con las necesidades reales de los seres humanos. Hoy día, salud, alimentación, vivienda, trabajo parecieran haberse transformado en aspiraciones inalcanzables para gran parte de la humanidad. Esa inmensa humanidad que, en palabras del gran poeta Nazim Hikmet, viaja a pie por los caminos, y espera porque la vida es esperanza.

La lectura, literaria y no literaria, la escritura, pero también la oralidad, esa posibilidad inagotable de encuentro en la conversación en cualquier espacio, con conocidos y desconocidos, constituyen una de las expresiones más profundas de las experiencias humanas. Ahí están las palabras inagotables, las historias que nos contamos para dormir, para despertar, para pensar.

Releo antiguos y admirables educadores, como Tolstoi, Dewey, Pestalozzi, Freire, Vygostski, que tienen hoy continuadores y profundizadores de sus ideas, que las han enriquecido y que apuntan a un conjunto de elementos que deben conjugarse para una educación activa, crítica, libre, que permita aprender a aprender y continuar haciéndolo a lo largo de la vida.

Segmentación y desigualdad: presentes desde los inicios

Si revisamos nuestra historia, son dos elementos que han estado presentes siempre, pero que hoy día podríamos afirmar que se han profundizado aún más. En el periodo colonial, sacerdotes y monjas educaban a los niños, con énfasis en la doctrina cristiana y la memorización.

En 1747 se fundó la Universidad de San Felipe, a la que asisten quienes se han educado en sus casas, con tutores, es decir, un mínimo porcentaje de la población, aquella más adinerada. Durante el gobierno de B. O’Higgins (1817- 1823) nace la educación primaria y popular, ligada a las necesidades de la naciente república. Predomina el método lancasteriano, que permitía atender 100 a 200 niños en una sala, con monitores y grandes carteles que combinaban la enseñanza de la lectura y la escritura.

En 1860: se promulga la Ley Orgánica de Enseñanza Primaria y Normal. Casi 60 años después en 1917 aparece El problema nacional de Darío Salas, que denuncia el alto porcentaje de analfabetismo, la nula relación entre escuelas fiscales y particulares, y de las primarias (a las que asistían los más pobres, que sabían de antemano que no podrían llegar al Liceo) y las preparatorias entre sí y con las humanidades.

Destaca con lucidez la desconexión total de los diferentes niveles y espacios educativos, realidad que subsiste hasta hoy: parvularia, básica, media, educación superior, son niveles y etapas que se ignoran mutuamente.

Por otra parte, directores, visitadores, profesores, no matriculaban a sus hijos en la escuela primaria, sino en las preparatorias, porque, aunque trabajaban en el servicio público no creían en la educación pública. Y eso ha seguido repitiéndose, cada vez más, porque hoy día pocos quieren que sus hijos estudien en las escuelas municipales o liceos. En 1920 se aprueba la Ley de Instrucción Primaria Obligatoria, que significa cuatro años obligatorios, cambios curriculares, escuela para hombres y escuela para mujeres por cada mil habitantes. Una de las grandes desigualdades estaba en las escuelas rurales, especialmente con las reformas de M. Montt, ya que la zona rural carecía de la densidad de habitantes requerida (2000), lo que impedía la existencia de escuelas.

Saltando a 1965, con la reforma educativa de Eduardo Frei Montalva, la educación básica se extiende de 6 a 8 años obligatorios. Y hasta hoy es un problema pendiente, porque el profesorado de educación media es renuente a hacerse cargo de esos niveles y el de básica, no cuenta con la formación necesaria para la complejidad de ciertas asignaturas. Por otra parte, hace muchos años que se posterga la vuelta a 6 años de básica y 6 de media, a pesar de estar legalmente aprobada.

Los cambios y adecuaciones curriculares, siempre necesarios de acuerdo a los contextos y cambios sociales, en general han sido elaborados por académicos universitarios, con escasa o nula experiencia en establecimientos públicos y sin intervención activa de docentes de escuelas y liceos (o mínima presencia), en circunstancias de que son quienes tienen la experiencia y el conocimiento desde el día a día de su trabajo educativo.

Se ha avanzado en cobertura, cercana al 100%, pero en base a instituciones (de todos los niveles) de muy discutible calidad educativa. Algunos datos señalan que sobre 5 millones de chilenos no tiene 4° básico; más de 3 millones no ha terminado educación básica; 1,7 millones no ha terminado educación media. Lo anterior con cifras preocupantes de deserción, ya que muchos niñas y niños deben dejar de estudiar para trabajar y contribuir a la economía familiar. El nivel de alfabetización es de cerca de un 96%, pero un gran número de adultos tiene “analfabetismo funcional”, lo que les dificulta entender instrucciones laborales, manuales explicativos, textos más complejos.

Las dos leyes de los años post dictadura, LOCE (10 de marzo de 1990) y LGE (2012), si bien contemplan cambios, en ambas el Estado y los privados pueden ofrecer educación con y sin fines de lucro. La LGE cambia la conducción del sistema: MINEDUC, Consejo Nacional de Educación, Agencia de la Calidad, Superintendencia, estas dos últimas con un perfil claramente asociado al modelo neoliberal de mercado.

En 2014, de los 65 países que utilizaban la prueba PISA, Chile era el que tenía el sistema de educación más privatizado y segregado. Considerando que la municipalización de escuelas no es mala en sí, las extremas diferencias entre municipios ricos y pobres es la que ha marcado las grandes desigualdades. Según datos de la prueba PISA 2012, Chile se encuentra entre los países en los cuales el efecto del contexto socioeconómico incide fuertemente sobre los resultados de aprendizaje de los alumnos. Esto, a diferencia de países como Corea, Japón, Holanda y Finlandia, con un promedio alto en la prueba PISA, donde los resultados educativos de los alumnos están determinados en un porcentaje bajo por el nivel socioeconómico y cultural de los alumnos. Lo anterior permite sostener la hipótesis de que los establecimientos que obtienen buenos resultados educativos en Chile lo logran por el alto nivel socioeconómico de sus alumnos y origen familiar y no por los procesos escolares.

Latinoamérica es un territorio de grandes desigualdades: apariencia personal, barrios ricos y pobres, estos últimos carentes de una mínima infraestructura que asegure una mejor vida, diferencias extremas en acceso a buena salud y educación… Si bien después de la Segunda Guerra, la Declaración Universal de Derechos Humanos pareció consolidar la IGUALDAD: “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derecho”, todavía es una promesa no cumplida para gran parte de la población.

Desde la década de los 60 se inicia la desaparición del Estado Benefactor para dar paso al capitalismo, neoliberalismo, y al Estado Subsidiario. Desde esos años cobran fuerza y se van imponiendo en la sociedad y en la educación palabras como globalización, posmodernidad, rendición de cuentas, vouchers, competitividad, énfasis en los resultados, pruebas estandarizadas, acreditación, calidad total (claramente derivadas de conceptos empresariales: control de calidad, aseguramiento de la calidad, satisfacción del cliente).

Experiencias exitosas y truncadas

Podemos mencionar la creación de las Escuelas consolidadas, en espacios urbanos y rurales, de acuerdo a condiciones geográficas, con jurisdicciones territoriales específicas, para luego irradiar desde allí a otras zonas “experimentales”. El llamado Plan Agrario de 1944, del gobierno de Juan Antonio Ríos, establece entre otros aspectos, “funciones de la agricultura”, entre ellas, proveer de sustento, junto a proteger y conservar los recursos naturales. El Plan San Carlos, con 7 instituciones, Escuelas Granjas y Escuelas Normales Rurales A partir de 1950, tienen una administración escolar de carácter integrador y democrático. Los Liceos experimentales, que marcaron su sello valorando aprendizajes que requirieran de pensamiento crítico, de trabajo colaborativo y del aprendizaje a través de proyectos de diversa duración.

Después de la dictadura, nació el Programa de las 900 escuelas, con un diseño que incluía 4 pilares: Desarrollo profesional docente para impulsar los Talleres de profesores; Talleres de Aprendizaje (TAP) realizados por monitores que vivían en el mismo sector en que estaban los establecimientos educativos; Familia-Escuela, para relevar la necesaria involucración del grupo familiar en los aprendizajes de sus hijas e hijos; Equipo de gestión, siempre entendido desde su dimensión educativa. De ahí en adelante continuaron implementándose numerosas iniciativas: Proyecto Montegrande, Básica rural, Liceos de anticipación, nuevas Reformas curriculares, Jornada Escolar Completa (JEC), etc.

En un país sujeto a cambios de gobierno, cada 4-6 años, la tentación de “destruirlo todo y empezar de cero”, incluso en gobiernos del mismo signo, ha sido la tónica. Indudablemente, en todos los procesos sociales y culturales, la suma tiene más efectos positivos que la resta, lo que no significa negarse al pensamiento crítico ni hacer los cambios que el contexto y la pertinencia requieren, porque son factores que se transforman de manera permanente.

¿Qué educación (pública) necesitamos?

Algunos datos de realidad

En el siglo XXI, nuestra economía descansa, fundamentalmente, en actividades extractivas, exportación de materias primas, productos agrícolas, escasos productos con valor agregado. El trabajo temporero convoca más de medio millón de trabajadores que incluyen hombres, mujeres y niños muchos de los cuales viajan a pie por los caminos; basta con que sepan firmar, porque el trabajo no requiere mayores conocimientos. Esto conlleva que una gran cantidad de niños deje el colegio, especialmente hacia el fin de año, o mucho más tiempo cuando las familias se van a otras regiones y adoptan un sistema de vida nómade, siguiendo los cultivos estacionales.

Según el INE, 2,5 millones de personas trabajan en comercio ambulante; por otra parte, podrían sumarse a estas actividades precarias un gran número de quienes el estado engloba bajo el concepto de “emprendedores”. La pandemia ha dejado a la vista una realidad oculta bajo una apariencia de trabajo. La venta callejera de comestibles, productos manufacturados, “artesanías”, ropas, permite comer en el día; ellos son quienes salen a “trabaja” desafiando las restricciones y prohibiciones, porque no tienen alternativa. En general carecen de la más mínima seguridad social y están en una situación de profunda precariedad, porque en verdad son cesantes de los que el Estado no se hace cargo.

Necesitamos una escuela diferente

Los cambios no corresponden a un solo actor, sino al conjunto de la sociedad, de la comunidad educativa, de la población en general, de la ciudadanía. Todos tienen mucho que decir sobre la educación que quieren y necesitan, y hay que escuchar sus demandas y sugerencias. Pero no habrá una mejor educación para la mayoría, sin un proyecto de nueva sociedad que la requiera. Entre los principales temas a abordar y considerar en el ámbito de la educación formal están los siguientes:

  • Recuperar el concepto de la educación como un derecho que debe estar garantizado para toda la población.
  • Construir políticas públicas con participación del conjunto de actores involucrados, no solo desde el Estado. Es tarea que compete a todos, a una ciudadanía crítica que tiene expectativas legítimas y mucho que decir sobre la educación que queremos y necesitamos como país.
  • Recuperar y visibilizar la relación de interdependencia entre aprendizaje y desarrollo humano. Siempre hay historia y contexto, y dinámicas mayores donde se realizan las acciones humanas.
  • Volver a “pedagogizar” el contexto escolar, porque hoy día las escuelas no construyen sus sentidos ni sus fines, porque se los prescriben desde fuera: objetivos, gestión institucional, evaluación de los aprendizajes, currículo, son definidos y controlados por sistemas externos, donde los actores escolares no son considerados interlocutores válidos.
  • Construir una educación que enseñe a pensar, no a responder preguntas estereotipadas que puedan medirse.
  • Discutir la implantación e implementación de concepciones y modelos empresariales, en los establecimientos escolares: conceptos de calidad que solo refieren a aspectos medibles.
  • Repensar y problematizar la mayoría de los conceptos que se han convertido en inamovibles, porque todos son polisémicos y no están ajenos a las concepciones de sociedad, de modelos sociales y económicos.
  • Disminuir y desburocratizar el exceso de obligaciones que viven las escuelas públicas y particulares subvencionadas, que deben responder a diversas autoridades, con diversos documentos “probatorios” que atestigüen que hacen lo que tienen que hacer para continuar recibiendo financiamiento.
  • Resignificar las formas de aprender y enseñar; evaluar para aprender, no para excluir.
  • Disminuir el número de alumnos por aula, especialmente en contextos urbanos de mayor pobreza.
  • Revisar el currículo y las asignaturas, balanceando y valorando la presencia de cada una, porque todas contribuyen al desarrollo cognitivo, emocional y valórico, pero el acento está casi únicamente en lenguaje y matemática (se miden) y el arte, la filosofía, la educación cívica, la formación en ciudadanía (fundamental para toda democracia) y en convivencia ocupa un espacio mínimo.
  • Gratuidad asegurada para todos los niveles.

Algunos datos numéricos

En cifras aproximadas, el total de escuelas urbanas es de 8.278, de las cuales hay 2487 municipales, 5120 particulares subvencionadas, 601 particulares pagadas y 70 de administración delegada. En total, 8.278 establecimientos que concentran 3,6 millones, y de los cuales 1, 3 millones asisten a escuelas públicas.

En el mundo rural es más difícil hacer negocio con la educación, porque el bajo número de alumnos las hace poco rentables; hay 2.747 establecimientos municipales y 830 particulares subvencionados; solo 3 son particulares pagados. En total, 3.580 establecimientos. Sumando urbanas y rurales, se llega a la cifra de 11.858 establecimientos.

Sin duda, como país debemos pensar en la mejor educación para la gran mayoría, asegurarla como derecho y no como libertad de elegir, porque eso solo funciona para las familias que pueden pagar por ella. Los millones de niños que transitan por el sistema tienen el derecho a la mejor educación sin excepciones, lo que hace cada vez más injustificable que continúen existiendo, por ejemplo, los llamados “liceos emblemáticos”, que mantienen una tradición que responde a cuando menos de un 30% de la población etaria correspondiente llegaba efectivamente a estudiar allí.

Europa, incluso EE. UU., educan mayoritariamente a su población en la educación pública, la que debe estar estrechamente unida a un proyecto país que, si continúa basado de manera fundamental en una economía extractiva, no necesita ni mejor ni más educación. Las focalizaciones cumplieron su rol al inicio, después de dictadura y recién elegido un presidente por vía democrática. Luego, profundizaron todos los sesgos excluyentes del modelo y mantuvieron atisbos de mejoría mientras ejercían los apoyos, los que desaparecían al terminar los años en que recibían aportes económicos y profesionales.

La educación pública es fundamental en tanto crea estructuras para la democracia y valores para la convivencia y la solidaridad necesarias para vivir en sociedad; formación en ciudadanía, con acento en la colaboración, el respeto por cada persona, la promoción de un pensamiento crítico y analítico; el intercambio social fundamental para avanzar en el afianzamiento de una sociedad tolerante, incluyente, plenamente democrática en que todos aportan a su construcción en un permanente proceso de aprendizaje.