Aportes a la comprensión de las protestas desde los 80 hasta el estallido del 18 de octubre de 2019

En Manuel Canales: La pregunta de Octubre. Fundación, apogeo y crisis del Chile neoliberal. LOM Ediciones, agosto 2022, Santiago

“2.2.2. El olvido
“Las protestas cayeron en el apagón del olvido. Cualquier reflexión sobre ellas es la proyección imposible de la memoria que no fue.

¿A quién, a qué actor social de todos los que se declararon vencedores en el 88, y de ahí en adelante, convenía esta memoria? A ninguno. Su lenguaje no cabía en el pacto, ni por los modos -eso de las fogatas, la vieja consigna de no es la forma- ni por sus actores- los jóvenes de la población, los populares organizados y luchando para sus fines colectivos-. Todo eso es anatema neoliberal.

La transición fue despolitizante, y en su imaginario no cabía la población, ni los pobladores, ni un movimiento poblacional como el de los ochenta, ni mucho menos el que le precedió en los sesenta. Quedó como una historia que no debió ocurrir, encapsulada en un paréntesis histórico.

El caso es que las protestas no solo fueron reales para quienes las vivieron como protagonistas, esos prescindibles jóvenes poblacionales y su tiempo de protagonismo histórico. También lo fueron para los que gobernaban y los que gobernarían luego. Las protestas fueron la fuerza popular que encontró su modo, si no para derrocar a la dictadura, cuando menos para forzarla al pacto del 88.

El problema es que este olvido trajo consecuencias. Esta memoria imposible de las protestas permitiría ver bastantes rasgos de lo que sería octubre de 2019, un par de generaciones después y en los mismos territorios. También entonces será la explosión de los negados/as, con fuerte marca popular y con las formas de manifestación ya conocidas: con ese retorno de identidad, afirmación, de positivización en medio del castigo y la exclusión, dos negaciones, la frustración e impotencia ante su adversario, el poder institucional. Buena parte de la opinión pública legitimó la protesta agresiva y se toleraron formas de violencia popular. ¿Quién podía discutir las formas agresivas de lucha si estas alcanzaban para esperanzar que no todo estaba perdido? Ya en los ochenta se discutió acerca del vandalismo y su dimensión tanática y destructiva. También se habló de la necesidad de distinciones complejas y entendimientos reflexivos para no redundar solo en el alegato interesado en exacerbar sus efectos y oscurecer así la explosión del fondo del asunto.

Pero harían falta treinta y cinco años de sociedad mediante, toda una vida para estas mismas generaciones. Serán sus hijos y nietos quienes tomarán la bandera de los que sobran. Pero no podemos olvidar que hubo olvido. Que lo que se cantó en Octubre ya se escuchó en los mismos lugares y por la misma gente. Y no en el pasado remoto sino en un mismo presente histórico, es decir, en el mismo sentido.

El año 85, Jorge González con Los Prisioneros publicaba La voz de los 80 (…) Como saliendo de la nada -sin organización que le respaldara, sin identidad productiva en nombre de la cual hacerlo, sin tradición musical ni poética que lo anclara-, con desparpajo se atrevió González a una sociología completa de la época.

El grito de González contenía tres llamados, tres alertas: a descreer, a reconocer lo oligárquico y a sacar cuentas con el cotidiano prometido”. (p. 31-32)