Administrador Público de la Universidad de Chile, Profesor de Estado de la USACH, Magister en Pedagogía de la U Alberto Hurtado. También es Presidente de la Corporación Educacional Amancay de La Florida, sostenedora del colegio Amancay, cuyo proyecto educacional es inclusivo, personalizado y de integración.

LA FUERZA DEL LENGUAJE

Carlos Anriquez

Expresarse con fuerza. Es una frase rara. El lenguaje solo refleja el mundo interior del hablante y, por lo tanto, su fuerza expresiva debería ser la del que se expresa, del que habla.

En efecto, pero sin importar de quién venga, crear textos como los siguientes no es cosa que se logre así como así. Vean esto:

«Atrás quedaron las ochenta y siete lámparas del Altar de la Confesión, cuyas llamas se habían estremecido más de una vez, aquella mañana, entre sus cristalerías puestas a vibrar de concierto con los triunfales acentos del Tedéum cantado por las fornidas voces de la cantoría pontifical;…» (Alejo Carpentier, El arpa y la sombra)

«Y así como algunas familias traían animales vivos entre sus bártulos – chivatos y corderos que hacían aún más penosa la promiscuidad del buque -, de alguna manera ellos habían logrado embarcar su gran piano de cola. Y en las bamboleantes noches de alta mar, bajo un cielo cubierto de crueles estrellas oxidadas, Elidia del Rosario, su desmejorada mujer, había tenido el valor de entretener a ese oscuro rebaño de gente apiñada en las tablas de cubierta tocando a Chopin.» (Hernán Rivera Letelier, Fatamorgana de amor con banda de música.»)

Podríamos traer algunas más, pero no es necesario. Basta echar a volar la imaginería tras la palabra para construir un par de mundos completos sin necesidad de ninguna tecnología ni parafernalia extra. Más potentes que cien mil explosiones de cien mil mundos cinematográficos. La gracia de la palabra es que es capaz de crear mundos interiores con una riqueza que ningún otro medio puede lograr, porque son mundos que nacen con nosotros mismos y nuestras vivencias. Lo que pasa es que la fuerza expresiva de la palabra, en realidad no descansa exclusivamente en el hablante sino también en la vitalidad creativa del oyente, que es quien en realidad le otorga fuerza a la imagen lineal que es en sí misma la palabra. La expresión verbal es un diálogo entre un hablante que estructura una serie de oraciones que aluden a vivencias a medio cincelar y un oyente que completa la tarea con lo que viene arrastrando de su vida y su personalidad.

Completar la imagen carpenteriana del Papa llevado en la silla pontifical a través de los recintos vaticanos será casi un juego de niños para un católico que haya visto de algún modo el ritual movimiento de cualquier autoridad religiosa en su iglesia, así como quien haya navegado sobre la cubierta de madera en algún barco ojalá de los viejos, con el vaiviene del motor que empuja disparejamente la masa metálica cargada de gente y de cosas, podrá imaginar con mayor fluidez la vida a bordo del viejo buque descrito por Rivera Letelier.

El escritor estará siempre incompleto sin el lector y su vida. Esa es finalmente su fuerza, encontrarse en un espacio de comprensión común que le permita al lector crear sus propios mundos desde su propia vida.