Por Jorge L. Núñez Alvarado

Macaya, De la Carrera (hecho a la carrera), Gloria Hutt y Piñera, entre otros, pueden respirar más tranquilos, pues aquel axioma de que “la historia es la política pasada y la política es la historia presente” no se cumple en el hemisferio de las dictaduras.

Tal vez por ello Pinochet resulte ser dopamina para la derecha, pues tienen todo un pasado por delante.
Aunque no exclusivamente ellos.

Tampoco cabe hacerse muchas ilusiones sobre el estrecho Frente Amplio pese al patinazo DC: el heroísmo de la originalidad juvenil son oscuras utopías de libreto y la colección de arquetipos han extenuado sus diferenciaciones internas. Vaya un ejemplo paladino: Marco VelaArde, presidente partidario de los Lords Comunes, con el idioma de la televisión, conceptualismo perfectamente torpe, exposición obscena del saber cupular de La Moneda y aplicación forzada del conocimiento de base adhiere al karaoke o selfi emboBoriczado, pues con la misma determinación con que los perros callejeros parecen saber adónde van, ha sostenido que el sol es amarillo, que el amarillo es un color y que los abrigados por el calor del establo, en palabras de Nietzsche –aquel alemán extraviado entre los “paletós” de abuelos– continuarán destripando fantasmas.

Ebrios de poder –(gobernar), menester es decirlo–, lo que en muchos sentidos no es inexacto, el subtexto social habla de los ebrios del poder [sic]. Beatriz Sánchez a México, un papanatas descalzo a España y la esposa del cro Teillier próximamente a las Europas indican que “el partido del orden” tiene un sistema muy aceitado para que vayan quedando por el camino los posibles opositores. “La ley es moral y la moral es costumbre” ha resultado ser una bufa para la Primera Línea.

En medio de los fragores y las batallas campales, la contaminación de enfado de los paniguados contesta con verosimilitud, y por muy chiflados que parezcan, la tormenta de acero ante el “estado fósil” es sin alharacas mediáticas ni estupideces irreprochables.

Es que las nuevas formas de esclavitud laboral, la renuncia a las políticas sociales de vivienda a través del Ministerio de Vivienda o las guerras contra la naturaleza –¿Indiap? mediante– hablan de aquel pasado de la Humanidad que no se va; –así como Le Corbusier intentó persuadir al régimen de Vichy e interesar a Stalin en sus proyectos urbanísticos, Philip Johnson sentía simpatía por las camisas negras antes de abandonar Alemania y Walter Gropius y Mies van der Rohe estaban demasiado cerca de los nazis–, la aplicación de políticas neoliberales y el consecuente deterioro cultural obliga a confesar que el dolor no da coartadas, convivir con la muerte a precios infartantes o los mulás del cruzado ministro de Hacienda Marcel.

Lo cierto es que se impone un modelo sin modelo, y desde el poder bicéfalo son muy rápidos inventando palabras precisas que precisan cosas que precisan poco; no hemos inventado palabras –los de a pie– para estas nuevas funciones que están por todas partes.

La Ilíada nativa en el baile de los que sobran

El zarrapastroso destino de los chilenos que no tocan la guitarra ni peladean parapetados (de PACOtillas) es la versión Mercado Central de los vencidos.

La alcaldización de la delicada delincuencia, la voz engolada de los que enriquecieron con los coronakilos y los autodenominados sencillos, sensatos y constructores –de plácidas costumbres y refieren desde el pedestal– para tiempos quisquillosos son el resultado del terrorismo informativo.

El sefaradí Cervantes a los 24 perdió la mano en Lepanto, el croata boBoric, de entusiasmo babeante, puso por debajo de la mesa un imán en su brújula a los 35 (edad temprana): Un antiguo relato japonés cuenta la historia de un cestero que acababa de perder a su padre, a quien tanto se parecía físicamente. Un día de feria, su mirada se posó en una mercancía nunca vista: un disco de metal brillante y pulido. El cestero creyó que su padre le sonreía desde el espejo y, maravillado, pagó con sus ahorros la extraña alhaja. Ya en casa, lo escondió en un baúl. Todas las mañanas interrumpía su trabajo y subía al desván a contemplarlo. Cierta vez, su mujer lo siguió hasta el escondite e, intrigada, tomó el objeto, miró y vio reflejado el rostro de una mujer. Gritó a su marido: “Me engañas, tienes una amante y vienes a mirar su retrato”. “Te equivocas, aquí veo a mi padre otra vez vivo, y eso alivia mi dolor”. “¡Embustero!”, contestó ella. Los dos acusaron al otro de mentir y se hicieron amargos reproches. Una anciana tía quiso interceder en la disputa y juntos subieron al granero. La mediadora contempló el disco metálico y sacudiendo la mano dijo a la esposa: “Bah, no tienes que preocuparte, solo es una vieja”.

Es que, después de todo, los socialistas a la antigua y los comunistas preteillier saben que “algunos recuerdos son una profecía”.