Por Omar López

A un par de semanas de finalizar el presente año resulta inevitable comenzar a revisar lo bueno, lo malo y tal vez lo feo que nos sucedió en los 11 y medio meses transcurridos. El calendario de papel, de pared, de oficina de cobranzas o en un anónimo pasillo es algo así como un reloj de tiempo estático, pero de implacables fechas o plazos: tiene la misma elocuencia de una lápida perdida en algún cementerio pueblerino y ejerce desde ahí, una autoridad otorgada por el hombre para autoflagelarse como… “esclavo del tiempo”.

Cierto. Vivimos corriendo y el horizonte predilecto en un día en rojo, feriado o domingo para descansar, para dormir “a pata suelta” y luego, reunirse con amigos o la familia o dedicarse a terminar algún quehacer doméstico. El tiempo vía números, por convención humana y social es así medido y dicha convención se aplica también a los árboles, a los animales, a los fósiles, al planeta y al universo. De hecho, el brillante físico teórico y divulgador científico británico Stephen Hawking escribió una “Breve historia del tiempo”, donde explica según sus investigaciones nada menos que el origen del universo. En interesante caer de pronto, aunque momentáneamente, en estas honduras existenciales y jugar un poco con los conceptos de espacio, distancia y tiempo y cómo, un hecho tan obvio, pero a la vez, tan precario como el de existir, no nos conmueve o no nos estimula para estrujar la oportunidad de ser y estar, con la intensidad de un renacimiento cotidiano.

No recuerdo en este minuto quien dijo algo así como que “la vida está hecha de momentos” …y quien haya sido, respiraba la asertividad de los sabios. El instante… es. Y en millonésima de segundos, ya pasó. Las sonrisas que compartí ayer con mis amigos o los abrazos, o los diálogos no volverán a repetirse porque ninguno de nosotros será el mismo en el rango de sus emociones internas ni en sus circunstancias materiales. Pero sí congelamos la escena cuando nos tomamos una foto grupal: y atrapar nuestros gestos y rostros, es la recompensa o la certificación de un bienestar colectivo que se irá acumulando en la memoria positiva.

Volviendo a los balances anuales, el espejo es otro que pide la palabra: y nunca miente, aunque esté algo cegado por una luz artificial o tenga ciertas manchas de cómplices secretos. Él es certero en sus dictámenes y no hay disfraz que se le resista o argumento alguno frente a una mueca indeseable. Te dice al minuto la verdad desnuda y ahí te quedas seco, oscuro, pensativo y descubriendo por casualidad insana, un nuevo lunar como señal de tiempo corroído. O como reloj de arena, frío, imparable y demoliendo en cada grano succionado, el futuro de lo incierto o un presente indefinido. Así, la vida pasa y la edad del tiempo que nos ha tocado respirar, una vez al año, hace una rayita en la piel nocturna o profundiza un surco sin mayor respeto, en la frente, en las manos, en el cuello o en zonas íntimas.

Existe un hermoso y romántico tema en inglés titulado “Time is a Bottle” de Jim Croce (El tiempo en la botella) y en su letra se refleja el anhelo de “guardar” los instantes o días felices en una botella como una manera de eternizar la plenitud. Esta canción es de un contenido muy poético y vale la pena compartir, algunas de sus imágenes:

“Si yo pudiera guardar el tiempo en una botella
lo primero que me gustaría hacer
es guardar cada uno de los días hasta que la eternidad desaparezca
sólo para pasarlos contigo.
SI yo pudiera hacer que los días durasen para siempre
si las palabras pudieran hacer realidad los deseos
guardaría cada uno de los días como un tesoro y luego
otra vez, yo los pasaría contigo.
Pero nunca parece haber tiempo suficiente
para hacer las cosas que quieres hacer
cuando las encuentras.
He mirado lo suficiente alrededor para saber
que eres tú con quien quiero pasar
el resto de mi vida
Si yo tuviera una caja sólo para guardar los deseos
y sueños que nunca se hicieron realidad
la caja estaría vacía, excepto por el recuerdo
de cómo fueran respondidos por ti.”

Tal vez sea esta la botella vagabunda del mar, resistiendo tormentas y barcos; navegando entre la noche y las estrellas o bajo un sol tan sonriente y líquido como la primera vez de un … “te quiero”.

Puente Alto, viernes 16 de 2022