DE PELOS, PELECHAS Y PELERÍAS

EN DONDE SE TRATA BREVEMENTE, Y AL PELO, DEL AVATAR CAPILAR QUE A LOS VARONES AFECTA, TANTO EN LO EMOCIONAL COMO EN LO SOCIAL.

Por Jorge Lillo

¡No brindo, –dijo un pelado–
por esta astrosa peineta
que se ha llevado completas
las mechas que he cultivado!
Si antes peinaba pal lado,
me peino ahora pa’ trás;
a veces por la mitad,
dejando la raya al medio
porque me dan mucho tedio
las guedejas chasconiás.

En mi juventud más pura,
me engominé con Brancato;
contra el brillo del zapato
me hacía la partidura.
Cierta vez me dijo un cura:
¡Cabrito, no seai jetón,
empéinate con limón,
que te sale más barato
y así se aplacan más rato
tus mechas de escobillón.

Usaba el champú Sinalca
pa remover la argamasa,
y la cambié por linaza
que nos mandaban de Talca.
Con brillantina sin marca,
similar a la Glostora,
me enjuagaba un cuarto de hora
hasta quedar presentable.
¡Qué joven más despeinable,
suspiraban las señoras!

Una niña de bluyín,
que en mi memoria destaca,
me echaba litros de laca
en mi jopo a lo James Dean.
Así comenzó el trajín
por los boliches barberos,
cambiando de peluquero
buscando nuevos afeites
y una vez me eché el aceite
que dejó un carretonero.

Solía cortarme el pelo
en calle Toro Mazote:
me coloreaba el cogote
como pavo que está en celo.
Manolito, el peluquero,
preguntaba: ¿regular?…
y antes de contestar
ya estaba rapado al cero
con un moño delantero,
pelado a lo colegial.

Un tiempo anduve jipiento
con chala y cartera’e lana;
me enrulaba una fulana
deslendrándome con tiento.
Después dentré al “movimiento”
y empecé a dejarme rastas
pero un día dije ¡basta!
pues picaba como bruto
y apenas hallé un pituto,
al toque, me lo corté.

Yo me pasié por la vida
echándole tanto el pelo,
que empecé a encontrar consuelo
en pelechas contenidas.
Mi peluca, sometida
como tonsura de fraile,
hoy se acomoda al desgaire
“según el favor del viento”.
¿Saben, mechas, cuánto siento
que decaiga mi donaire?

Después llegaron los años,
me le puso blanco el moño;
le eché la culpa al otoño,
las penas, los desengaños.
¡Ay, pelo, cómo te extraño
cuando me miro de pronto!
A otros tiempos me remonto
al mirarme en el espejo,
viéndome ahora tan viejo
y sin ni un pelo de tonto.