En: ALLENDE A 50 AÑOS DE SU ELECCIÓN. DISCURSOS FUNDAMENTALES
Biblioteca del Congreso Nacional de Chile/BCN, 2020
“Sin precedentes en el mundo, Chile acaba de dar una prueba extraordinaria de desarrollo político, haciendo posible que un movimiento anticapitalista asuma el poder por el libre ejercicio de los derechos ciudadanos. Lo asume para orientar al país hacia una nueva sociedad, más humana, en que las metas últimas son la racionalización de la actividad económica, la progresiva socialización de los medios productivos y la superación de la división de clases.
Desde el punto de vista teórico-doctrinal, como socialistas que somos, tenemos muy presente cuáles son las fuerzas y los agentes del cambio histórico. Y, personalmente, sé muy bien, para decirlo en los términos textuales de Engels, que: ‘Puede concebirse la evolución pacífica de la vieja sociedad hacia la nueva, en los países donde la representación popular concentra en ella todo el poder, donde de acuerdo con la Constitución, se puede hacer lo que se desee, desde el momento en que se tiene tras de sí a la mayoría de la nación’. Y este es nuestro Chile. Aquí se cumple, por fin, la anticipación de Engels. Sin embargo, es importante recordar que en los sesenta días que han seguido a los comicios del 4 de septiembre, el vigor democrático de nuestro país ha sido sometido a la más dura prueba por la que jamás haya atravesado. (…)
El partido Demócrata Cristiano ha sido consciente del momento histórico y de sus obligaciones para con el país, lo que merece ser destacado.
Chile inicia su marcha hacia el socialismo sin haber sufrido la trágica experiencia de una guerra fratricida. Y este hecho, con toda su grandeza, condiciona la vía que seguirá este Gobierno en su obra transformadora. (…)
Pero en estos sesenta días decisivos que acabamos de vivir, Chile y el mundo entero han sido testigos, en forma inequívoca, de los intentos confesados para conculcar fraudulentamente el espíritu de nuestra Constitución; para burlar la voluntad del pueblo; para atentar contra la economía del país y, sobre todo, en actos cobardes de desesperación, para provocar un choque sangriento, violento, entre nuestros conciudadanos.
Estoy personalmente convencido de que el sacrificio heroico de un soldado, el comandante en jefe del Ejército, general René Schneider, ha sido el acontecimiento imprevisible que ha salvado a nuestra patria de una guerra civil.
Permítaseme en esta solemne ocasión, rendir en su persona el reconocimiento de nuestro pueblo a las Fuerzas Armadas y al Cuerpo de Carabineros, fieles a las normas constitucionales y al mandato de la ley.
Este episodio increíble, que la historia registrará como una guerra civil larvada, que duró apenas un día, demostró una vez más la demencia criminal de los desesperados. Ellos son los representantes, los mercenarios de las minorías que, desde la colonia, tienen la agobiante responsabilidad de haber explotado en su provecho egoísta a nuestro pueblo; de haber entregado nuestras riquezas al extranjero. Son esta minorías las que, en su desmedido afán de perpetuar sus privilegios, no vacilaron en 1891 y no han titubeado en 1970 en colocar a la nación ante una trágica disyuntiva. ¡Fracasaron en sus designios antipatrióticos! ¡Fracasaron frente a la solidez de las instituciones democráticas, ante la firmeza de la voluntad popular, resuelta a enfrentarlos y a desarmarlos, para asegurar la tranquilidad, la confianza y la paz de la nación, desde ahora bajo la responsabilidad del poder popular! ¿Pero qué es el poder popular? Poder popular significa que acabaremos con los pilares donde se afianzan las minorías que, desde siempre, condenaron a nuestro país al subdesarrollo. (…)
Acabaremos con un sistema fiscal puesto al servicio del lucro, y que siempre ha gravado más a los pobres que a los ricos; que ha concentrado el ahorro nacional en manos de los banqueros y su apetito de enriquecimiento. (…)
Acabaremos con los latifundios, que siguen condenando a miles de campesinos a la sumisión, a la miseria, impidiendo que el país obtenga de sus tierras todo los alimentos que necesitamos. Una auténtica reforma agraria hará esto posible. Terminaremos con el proceso de desnacionalización, cada vez mayor, de nuestras industrias y fuentes de trabajo, que nos somete a la explotación foránea.
Recuperaremos para Chile sus riquezas fundamentales. Vamos a devolver a nuestro pueblo las grandes minas de cobre, de carbón, de hierro, de salitre. Conseguirlo está en nuestras manos, en las manos de quienes ganan su vida con su trabajo y que están hoy en el centro del poder”. (p.43-45)
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