Por Miguel Lawner, Crónica N° 8, 10 de abril de 2023

Acaban de cumplirse 45 años desde el fallecimiento del abogado Daniel Vergara Bustos, ocurrido en Berlín, capital de la República Democrática Alemana el 12 de febrero de 1978. Daniel fue designado por Allende Subsecretario del Ministerio del Interior y permaneció en esa función hasta el 11 de septiembre de 1973, gozando plenamente de la confianza del Presidente durante todo su período.

Conforme a la tradición mantenida hasta nuestros días, Daniel Vergara asumió como Subsecretario del Interior un día antes que Allende y su gabinete, a fin de gozar de la autoridad para suscribir los Decretos que los investían con sus respectivos cargos.

El 11 de septiembre de 1973, Vergara llegó a La Moneda a las 6.30 de la mañana como era su costumbre, permaneciendo junto a Allende hasta que este le solicitó realizar una gestión ante los militares alzados, junto a Osvaldo Puccio Guisen y Fernando Flores. Al salir del palacio, los tres fueron arrestados, conducidos al Ministerio de Defensa y más tarde a la Escuela Militar, donde los golpistas estaban concentrando a las altas autoridades de gobierno que habían arrestado, las cuales serían confinadas, más tarde, en Isla Dawson.

Vergara fue una de las últimas altas autoridades de gobierno liberadas, ya que fue expulsado de Chile a comienzos de 1977, permaneciendo el último año recluido en Tres Álamos. En agosto de 1976, sus abogados presentaron un recurso de amparo ante la Corte de Apelaciones, motivado por una publicación de El Mercurio del 9 de Julio de 1976 en uno de cuyos párrafos se expresó textualmente: “La subsecretaría del Interior con el no menos siniestro Daniel Vergara, de triste memoria, que permitió la entrada al país de numerosos extremistas indeseables”.

Al conocer este artículo, en su celda de Tres Álamos, Daniel Vergara redactó una breve y serena carta de respuesta, dirigida al director de “El Mercurio” en la que señala que las expresiones del mencionado artículo referentes a él “además de flagrantemente injuriosas, son incompatibles con la verdad y arbitrarias, como lo demuestra incontrovertiblemente el hecho significativo de que ningún tribunal de la República, ordinario o especial, me haya condenado, ni siquiera sometido a encausamiento, a pesar de las abrumadoras investigaciones practicadas por la autoridad y cuando han transcurrido 17 meses desde la última vez que fui interrogado y cumplo 34 meses de detención, según se dice, bajo el imperio de disposiciones relativas al Estado de Sitio, pero verdaderamente privado de libertad por mi intransigente e intransable lealtad a mis convicciones ideológicas y humanistas. Invoco las disposiciones legales sobre abusos de publicidad para la acogida en su diario de este desmentido”.[1] Por cierto que el diario de Agustín no publicó desmentido alguno.

Todos los días llegaba a La Moneda a las 6,30 de la mañana, y generalmente era el último en abandonar el Palacio. Al igual de lo que ocurre hoy día con Manuel Monsalve, quien ejerce el mismo cargo, era periódicamente abordado por los medios de comunicación y jamás eludió pregunta alguna, aún en las horas políticas más críticas.

Su indiscutible rectitud y capacidad quedaron rápidamente en evidencia. Era impresionante escucharlo enfrentando con notable serenidad, los conflictos más graves. Hay navegantes que vacilan cuando arrecia el mal tiempo. Otros como Daniel, elevan su estatura en tales circunstancias y empuñan el timón con mayor resolución. Esta conducta concitó el odio entre aquellos que veían desmoronarse el imperio de sus privilegios. Daniel fue el blanco preferido de calumnias e imputaciones deshonestas y se tejió una imagen siniestra de su personalidad. Lo bautizaron con el mote de Barnabás, un vampiro protagonista de una popular serie de TV de esos años.

Allende le reiteró su confianza hasta el final. Una noche, en la barraca donde estábamos confinados en Isla Dawson, yo cumplía la función de “imaginaria”[2], cuidando de mantener encendida la estufa alimentada por leña, a fin de calefaccionar el recinto, cuando observé que Daniel permanecía despierto y me acerqué a conversar con él. Meditaba sobre los difíciles momentos vividos en La Moneda durante los días previos al golpe, cuando arreciaban declaraciones públicas irresponsables de algunos adherentes al gobierno como Carlos Altamirano y Oscar Garretón, llamando a la confrontación, mientras el Presidente buscaba un acuerdo político con la Democracia Cristiana. Daniel me cuenta lo siguiente: una noche… tarde, cuando ya nadie más permanecía en el Palacio, Allende entró a su despacho y le dijo lo siguiente: “pensar, querido Daniel, que el gobierno de Chile en estas horas difíciles hemos sido tú y yo”.

Por la Isla Dawson, apareció el jefe de la sección Delitos Tributarios del Servicio de Impuestos Internos. Venía amenazante y soberbio, resuelto a descubrir los fraudes que fundamentarían los publicitados juicios contra las más altas autoridades de la Unidad Popular. Se fue con la cola entre las piernas. El acusador terminó siendo abrumado por la limpieza de nuestros actos y cuando me interrogó a mí, admitió abatido, su fracaso. “Mire a Daniel Vergara – me dijo- no sé si habrá cometido abusos de poder como algunos le atribuyen, pero lo que está claro, es que tiene las manos más limpias de Chile”.

Al campo de detenidos de Ritoque llegó un coronel, fiscal de carabineros, pretendiendo juzgar a Daniel Vergara, por la pérdida del arma de servicio a su cargo, desaparecida durante el bombardeo e incendio de La Moneda. Lo abrumó su serena argumentación. Terminó buscando alguna fórmula que permitiera poner fin al juicio. “Cumplo órdenes”, nos confesó el coronel, “reconozco que esto es un absurdo y en el Cuerpo de Carabineros existe malestar por este juicio, ya que Daniel Vergara goza de gran respeto entre todos los oficiales que tuvieron ocasión de trabajar a su lado”.

Durante los dos años en los cuales compartimos el cautiverio, se conocen las virtudes y debilidades de todo ser humano. Imposible ocultar nada. Daniel se granjeó la admiración de todos nosotros por su entereza para soportar los vejámenes y las privaciones; también por su coraje para encarar a nuestros verdugos; por su generosidad; por ignorar el abatimiento a pesar de ser víctima de una hostilidad especial y que, por añadidura, un balazo le había paralizado la mano derecha.

Además, ¿quién igualaba su sentido del humor? Es extraño que un hombre de apariencia tan severa, esconda una ironía tan mordaz e instantánea. ¿Cuántos momentos de tensión se disiparon con sus salidas ingeniosas?

Impedido de escribir como consecuencia de su mano paralizada, recuerdo con admiración cuando me dictaba las cartas dirigidas a su esposa Anita. Mensajes, a ratos demasiado severos a los cuales yo trataba infructuosamente de añadirle alguna dosis de ternura. No había caso. “Limítese a escribir lo que le dicto”, me respondía.

Apenas alcanzó a disfrutar de un año en libertad. Daniel llegó a Berlín, capital de la República Democrática Alemana, acusando un evidente empeoramiento en su estado de salud, a raíz de la esclerodermia, enfermedad grave y progresiva contraída en cautiverio, que genera el riesgo de una atrofia muscular en la cara. Falleció un año más tarde.

En el próximo mes de septiembre, se cumplirán cincuenta años del golpe militar, que acabó con el régimen más democrático conocido en la historia de Chile. Así como no tenemos derecho a olvidar a los chacales para evitar que vuelvan a pisotear nuestra tierra, tampoco olvidamos a mártires como Daniel Vergara, que construirán un futuro pleno de fraternidad y solidaridad, junto a nuevas generaciones, encargadas de asumir la noble misión de abrir las anchas Alamedas.

10.04.2023


[1] Boletín exterior del Partido Comunista de Chile N’ 20. Noviembre-diciembre. 1976.
[2] Imaginaria: en el leguaje de la Armada, quien permanece de guardia en las noches.