Epopeya heroica que tenemos el deber de recordar y honrar

Miguel Lawner, 19 de abril de 2023

Es importante recordar que el 19 de abril de 2023, pero 80 años atrás, el año 1943, los judíos internados en el gueto de Varsovia resolvieron iniciar, justamente en los días de Pésaj,[1] el alzamiento contra el brutal exterminio del cual estaban siendo víctimas.

Este es un detalle fundamental que no debemos olvidar, porque Pésaj es sinónimo de libertad. Y nosotros, judíos establecidos en los cuatro rincones del planeta, habiendo sufrido múltiples persecuciones a lo largo de los siglos, tenemos el deber de preservar el legado de Moisés, quien liberó al pueblo hebreo de la esclavitud en Egipto y lo condujo rumbo a la libertad.

Polonia fue el país que el régimen nazi eligió para comenzar a experimentar el exterminio masivo de los judíos, conforme a las infames leyes de Nuremberg impuestas por Hitler en diciembre de 1933, según las cuales se impuso a los judíos el uso obligatorio de un brazalete blanco con la estrella de David en azul, a lo cual se añadió la prohibición de usar el transporte público, la asistencia a restaurantes y la exclusión de estudiar algunas profesiones.

Ninguna potencia occidental abrió la boca ante semejante vejación. Menos los Estados Unidos, donde en esos años, la persecución a las personas de origen negro vigente en los Estados del Sur, no difería mucho de las leyes de Nuremberg.

Tras la ocupación de Polonia en septiembre de 1939, que dio comienzo a la Segunda Guerra Mundial, los nazis resolvieron elevar la represión contra los judíos, quienes fueron obligados a recluirse en un barrio céntrico de Varsovia, a partir de noviembre de 1940. Un muro de ladrillo de tres metros de alto, coronado con alambres de púa, cercó un rectángulo de 8 kilómetros cuadrados, aislándolo totalmente del resto de la ciudad. Allí fueron confinados, además, miles de judíos trasladados desde algunas regiones de Polonia, así como familias deportadas de otros países europeos ocupados por los nazis. Así dio a luz el primer gueto levantado en tiempos contemporáneos.

Se calcula que el gueto llegó a alojar unas 400.00 personas, equivalente a un tercio de la población de Varsovia en la época. Es una cifra demencial, inconcebible, comprendiendo a miles de familias, hacinadas en forma inhumana, desprovistas de alimentos y suministros de todo tipo, incluyendo medicinas y careciendo de los servicios públicos más elementales, tales como la extracción de basura. Según cifras oficiales registradas por los propios alemanes, se estableció que 5.500 judíos fallecieron por hambre cada mes.

El gueto de Varsovia fue concebido como un lugar de tránsito, para familias cuyo destino final, sería el campo de exterminio de Treblinka, donde centenares de miles de familias judías, fueron exterminadas mediante una fórmula siniestra, calificada fríamente por los nazis como la Solución final de la cuestión judía.

Escribo hoy estas líneas, en pleno siglo XXI, y aún me estremezco de constatar que el odio pudo haber concebido el exterminio masivo de familias completas, solo por su condición racial.

Digamos que la familia completa de un hermano de mi madre, mi tío David Steiman, residente en Kamenetz Pododolsk, una aldea ucraniana próxima a la frontera con Polonia, una vez iniciada la invasión nazi, se negó a obedecer la orden de evacuación impartida por el gobierno soviético, aduciendo a sus hermanas, que no era verídico el cuento sobre la maldad de los alemanes.

Inmediatamente después de la conquista de dicha aldea por las tropas invasoras, no fueron los alemanes sino que los propios ucranianos quienes marcaron con tiza, las viviendas de las familias judías que aún permanecían en el lugar. Mi tío David, su mujer y sus dos pequeños hijos, fueron detenidos y enviados a los campos de exterminio, donde se perdió todo rastro de ellos.

Tras el fin de la guerra, fueron inútiles los esfuerzos de mi madre, por averiguar el destino de sus familiares, recorriendo infructuosamente las agencias internacionales preocupadas de los reencuentros familiares.

Al comienzo de la internación de las familias judías en el gueto de Varsovia, nadie podía sospechar su destino final y no obstante el hacinamiento y las enormes limitaciones de todo tipo, los judíos se esforzaron por conservar una vida con algún grado de normalidad.

Mantuvieron sus ritos religiosos. La lectura de la Torá nunca fue seguida con mayor respeto. Tenían severas restricciones de luz y de gas, pero organizaron escuelas para la enseñanza de los niños. Imprimieron pequeños diarios y revistas en hebrero y en yiddish. Crearon una biblioteca y llevaron a cabo conciertos de piano y violín. Editaban dos semanarios, Der Veker y Yugent Shtime, y cuatro revistas mensuales. Los trotskistas difundían el periódico Czorwony Sztandard, que salió hasta los últimos días de la sublevación.

Digamos que el gueto se transformó en un oasis de fe en los valores esenciales de la vida, coexistiendo milagrosamente en medio de la barbarie impuesta por el régimen nazi. Las películas La lista de Schindler y El Pianista, retratan bien lo que hemos señalado.

En julio de 1942, los alemanes iniciaron la deportación masiva de los judíos del gueto de Varsovia. Miles de familias fueron forzadas a embarcarse en trenes ganaderos y transportadas como animales a su destino final en los campos de exterminio. Se calcula que 5.000 personas fueron trasladadas diariamente y esta acción siniestra se prolongó durante tres meses, en los cuales se estima que fueron deportadas 265.000 familias al campo de exterminio que ya hemos señalado.

Este fue el motivo que incentivó el levantamiento del gueto. Ya no había duda. Todos sufrirían la misma suerte y quienes aún permanecían en el lugar comenzaron a organizarse para ofrecer resistencia armada.

Se crearon unos grupos llamados Organizaciones Judías de Combate (ZOB), por sus siglas en polaco. Mordejai Anielevich fue uno de sus comandantes. Otro legendario combatiente fue Marek Edelman, dirigente de apenas 24 años, que sobrevivió a la guerra y escribió sus memorias contenidas en un libro titulado “El gueto lucha” Edelman recordaba que, con esa alta moral de combate, conmemoraron el 1º de mayo, entonando las estrofas de La Internacional.

Todos los habitantes del gueto participaron en la rebelión, escondiéndose en búnkeres, sótanos y áticos previamente preparados. Las posiciones de los combatientes estaban situadas en distintos lugares del gueto. Al arreciar la lucha y ante la dificultad de obligar a los judíos a abandonar sus escondites, los alemanes comenzaron a incendiar los edificios en forma sistemática convirtiendo al gueto en una trampa ardiente.

Los niños jugaron un gran papel. Pequeños y ágiles, cavaban orificios bajo los cimientos, consiguiendo alimentos y pertrechos de guerra desde el exterior.

Los habitantes del gueto reunieron un pequeño ejército de resistencia: 1.000 combatientes en 22 grupos de 30 miembros, situados en dos cuarteles generales –calles Mila y Zamenhofa–, más almacenes de armas: pistolas, fusiles, una ametralladora y mil litros de gasolina para confeccionar cocteles molotov.

La rebelión se inició el 19 de abril de 1943. Soldados SS que llevaban una columna de judíos a la estación para ser deportados, recibieron una lluvia de balas y de bombas molotov. Otro grupo corrió hasta la plaza Muranowska e izó la bandera de Polonia y la Azul, identificada con el pueblo judío.

Las bajas judías fueron enormes: más de 6 mil muertos. Sin embargo, las tropas nazis no lograron ocupar un solo edificio de la resistencia. Cuatro días después… ¡ordenaron la retirada!

El ejército alemán reforzó sus tropas y su armamento y reiniciaron su ataque al gueto. La lucha armada se prolongó cerca de un mes hasta que los alemanes lograron aplastar toda resistencia, una vez que los judíos agotaron sus municiones. La mayoría de los judíos sobrevivientes fueron arrestados y fusilados. Unos pocos lograron huir por las alcantarillas.

Como represalia, el 15 de mayo los alemanes dinamitaron una sinagoga. El recuento final es desgarrador: 13 mil caídos en combate, 56 mil prisioneros y 7 mil fusilados en el acto de rendición.

El gueto quedó vacío. Tras un mes de resistencia heroica, la rebelión fue aplastada y todos sus edificios quemados y demolidos hasta los cimientos.

Esta fórmula demencial de pretender borrar la historia por vía de demoler edificios, Hitler la repitió en Varsovia un año más tarde, cuando el ejército rojo llegó a la ribera oriental del río Vístula en julio de 1944.

En este caso, se trató de un levantamiento impulsado por las fuerzas polacas afines a los aliados, intentando crear un poder político capaz de dialogar con los soviéticos en la formación de un gobierno democrático.

Pero ocurrió que el Ejército Rojo detuvo su avance en espera de un necesario reabastecimiento, ya que el cruce del río Vístula era una tarea no menor, dado el gran ancho del río, yo diría, análogo al que tiene el Biobío a la altura de Concepción.

Los nazis aplastaron el nuevo levantamiento de Varsovia y Hitler, en un arrebato demencial ordenó: “Dentro de 48 horas, Varsovia debe ser borrada del mapa”.

Los nazis procedieron a una demolición sistemática, manzana por manzana, del corazón histórico de Varsovia. Edificios de ladrillo, mayoritariamente en 4 pisos de altura, fueron previamente incendiados y luego dinamitados. La capital de Polonia acumuló una gigantesca cantidad de escombros.

Yo tuve la oportunidad de visitar Varsovia once años más tarde, en julio de 1955, a cargo de una delegación de 180 jóvenes chilenos, que concurrimos al Tercer Festival Mundial de las Juventudes por la Paz y la Amistad, que tuvo lugar ese año, en dicha ciudad.

La reconstrucción había avanzado bastante, pero aún eran evidentes las huellas generadas durante la ocupación alemana.

Un caso especial, me dejó marcado para siempre. En avenida Jerosolimsky, a dos cuadras de su cruce con Marshalkovska, la principal arteria de Varsovia, los polacos habían dejado una manzana completa cubierta con escombros hasta un metro de altura aproximadamente. Era un espectáculo estremecedor.

Desde la avenida Jerosolimnsky, abrieron una huella de un metro y medio de ancho aproximadamente, que permitía comunicar la calle con el corazón de esa manzana, donde se alzaba una enorme escultura. Ingresamos en silencio, junto con un pequeño grupo, rozando los escombros. Puedo decir que vivimos un momento demasiado emotivo, hasta aproximarnos a una vigorosa escultura en homenaje a los caídos en el levantamiento de Varsovia. Es un monumento dramático, consistente en muchos hombres, mujeres y niños entrelazados, con rostros resueltos, iracundos, que se van alzando hasta la cumbre, donde-no recuerdo si un hombre o una mujer-, alza un brazo empuñado.

Muchos años después, le recomendé a un colega de visita en Varsovia que fuera a conocer dicho monumento y se encontró con que habían extraído los escombros, quedando el monumento rodeado por una modesta plazuela.

Ignoro si continuará así. Sé que en Varsovia hay otro hermoso monumento, dedicado al levantamiento del gueto.

El alzamiento del gueto de Varsovia fue una acción de enorme heroísmo. Un pequeño grupo de hombres, mujeres y niños. Jóvenes y ancianos, empuñaron cuanta arma auténtica o artesanal tenían a mano, para enfrentar a la más poderosa máquina de guerra existente hasta entonces, y los mantuvieron a raya durante un mes. Nadie en todos los países europeos ocupados por Alemania hasta entonces, los había enfrentado en plan de guerra. Los nazis solo habían sufrido las acciones de los maquis en Francia o los partisanos italianos, en acciones de sabotaje o de guerrilla.

Por todo eso, el alzamiento del gueto de Varsovia, es una acción que tenemos la obligación de valorar y recordar, particularmente en estos días, cuando el negacionismo crece y se multiplica en muchos países, especialmente europeos.

La extrema derecha gobierna hoy día en Hungría, Polonia, Ucrania, Israel y la República Checa y participa en los gobiernos de Austria, Italia y Suiza. En España, Alemania y Francia es ya una fuerza importante y acaba de obtener una victoria inesperada en Suecia, cuna de la socialdemocracia europea. A todo esto, debemos recordar que Trump gobernó en los Estados Unidos y Bolsonaro en Brasil, hasta no hace tanto tiempo.

Es un panorama muy peligroso para los valores democráticos, que los pueblos y los gobiernos del mundo entero intentaron preservar para siempre, a raíz de lo ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial, mediante la creación de la Organización de las Naciones Unidas en 1946 y la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948.

Han transcurrido 75 años desde entonces y hoy día proliferan movimientos negacionistas de valores y principios que creíamos impuestos para siempre. La guerra en Ucrania es un ejemplo elocuente en este sentido. El gobierno democrático es depuesto mediante un sangriento golpe de estado en 2014 y asumen personeros con pleno respaldo de organizaciones de corte fascista como Svóboda (Libertad), agrupación de un nacionalismo fanático cuyo lema es: Ucrania sobre todo, que no difiere nada del lema de los nazis: Deutschland uber alles (Alemania sobre todos).

Más aún, dos siniestros personajes ucranianos: Stepán Bandera y Román Shujévich, cómplices de las tropas nazis cuando invadieron Ucrania, ya que comandaron batallones integrados por fascistas ucranianos, unidos a la invasión nazi a la Unión Soviética, son venerados como héroes en la Ucrania de hoy.

Tampoco debemos olvidar que la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN) comandada por el mismo Bandera, durante la Segunda Guerra Mundial, fue causante directa del asesinato de más de 100 mil ciudadanos de Ucrania y Polonia, la mayoría de los cuales eran judíos.

En Hungría y Polonia, sus gobiernos autoritarios, han hecho política de estado de la homofobia, y a cada instante asoma el antisemitismo. Lo mismo ocurre con el partido VOX en España y la agrupación fascista Amanecer Dorado en Grecia, que incluso utiliza el saludo nazi.

Partidos europeos que defienden el legado de regímenes liberticidas y genocidas, como el Partido Nacional democrático alemán (NPD), Amanecer Dorado en Grecia o Jobbik en Hungría, son claramente neofascistas.

A esta situación política tan lamentable como peligrosa, debemos añadir el reciente resultado electoral en Israel, con la conformación de un gobierno integrado por agrupaciones religiosas fanáticas, dispuestas a consolidar la ocupación ilegal de territorios en la Cisjordania, y “empeorar progresivamente las condiciones de vida de los palestinos para eventualmente no dejarles otra opción que el desplazamiento o verse sometidos a la condición de extranjeros en su propia tierra. Es una suerte de genocidio en cámara lenta”.[2]

También en Chile, como consecuencia del rechazo abrumador del proyecto de nueva Constitución y la composición del actual Parlamento, se ha generado un cuadro político alarmante, caracterizado por el negacionismo de los horribles crímenes cometidos por la dictadura cívico militar, justamente cuando se cumplen 50 años del golpe militar que acabó con el gobierno de Allende.

Días atrás, José Antonio Kast, líder del Partido Republicano afirmó que “en la dictadura se hicieron elecciones democráticas y «no se encerró a los opositores políticos”.

Por su parte, el diputado Johanes Kaiser, de frecuentes exabruptos en el Parlamento, se permitió afirmar desafiante: “el golpe de estado fue justo y necesario…y qué?” Otro día señaló públicamente: “no fue buena idea el derecho a voto de las mujeres”.

Recordemos que 60 acaudalados personeros chilenos, publicaron días atrás un Inserto en El Mercurio, afirmando que “Pinochet salvó a Chile de una dictadura comunista”.

Estas declaraciones no han tenido el rechazo categórico y masivo que se merecen. Como que el país comienza a resignarse a admitir semejantes afirmaciones.

Recordemos, por el contrario, que, durante su último gobierno, Piñera designó un día jueves como Ministro de Cultura a Mauricio Rojas, quién se permitió afirmar que el Museo de la Memoria, entregaba una visión sesgada de la historia. Estas declaraciones causaron una verdadera alarma nacional y dos días después, se reunieron 20.000 personas colmando la explanada del Museo de la Memoria, donde los más connotados artistas e intelectuales chilenos, repudiaron dichas declaraciones, ofreciendo su pleno respaldo al Museo. Al día siguiente, Piñera se vio obligado a solicitar la renuncia de su flamante Ministro, a quien yo bauticé como Mauricio el breve. En cambio, ahora, declaraciones o acciones tanto o más graves que las emitidas por Rojas, no merecen reacción pública alguna.

Para colmo de males, por vía del eco desmesurado que le otorgan la televisión y las redes sociales, la seguridad pública se ha transformado en el eje de toda la política nacional.

El Parlamento chileno tramitó en horas, un irresponsable proyecto de ley que le otorga a la policía verdadera impunidad para reprimir cualquier manifestación pública. Se trata de la «Ley Naín-Retamal», proyecto que tuvo su origen en la muerte de dos agentes policiales y otro ultimado alevosamente por la mafia. Este cuadro de inseguridad pública, abultado al paroxismo en los medios de comunicación, ha sido severamente criticado por los organismos internacionales que velan por el cumplimiento de los Derechos Humanos y, con toda legitimidad, la ministra Vallejos calificó la disposición legal recientemente promulgada, como la Ley del gatillo fácil.

El fanatismo de los sectores reaccionarios ha llegado a tal extremo, que una miserable parlamentaria de derecha se permitió poner en duda, públicamente, que la senadora Fabiola Campillay, hubiera quedado ciega tras haber recibido en su rostro una bomba lacrimógena de Carabineros.

En fin, si hemos entrado en estos temas, es porque el mundo actual, comienza a parecerse demasiado a los años previos a la Segunda Guerra Mundial, cuando la indiferencia de las potencias occidentales, declarando la política de no intervención en la guerra civil española, permitieron que los fascistas de ese país, masacraran al gobierno republicano, con el apoyo abierto de la Alemania nazi y la Italia fascista.

El alzamiento del gueto de Varsovia es un ejemplo admirable, que nos enseña a no permanecer indiferentes cuando se multiplican los atentados a derechos humanos. Ese puñado de judíos libró una batalla heroica enfrentando a la máquina de guerra más poderosa existente hasta entonces, para que nosotros, depositarios de ese justo mensaje, sepamos que nada, absolutamente nada, nunca, jamás, puede justificar nuestra indiferencia o el olvido, ante crímenes de lesa humanidad.

Me parece pertinente concluir este documento con la respuesta que el inmenso Noam Chomsky le dio a un periodista que le formuló la siguiente pregunta: ¿Es tan importante el papel del pasado para comprender el presente? Y Chomsky responde: “Olvidar el pasado significa olvidar el futuro”.

Honor eterno, a los hombres, mujeres, ancianos y niños judíos, que se alzaron en el gueto de Varsovia, enseñándonos la única ruta que tenemos la obligación de seguir cuando están en riesgo los valores democráticos esenciales.


[1] Pésaj es la principal festividad judía que conmemora la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto.
[2] Israel: el nuevo gobierno declara la guerra a la Corte. Leib Erlej. Política Obrera. 07/01/2023.