Los raspadores de piso (1875). Autor: Gustave Caillebotte

Josefina Muñoz nos devela de manera contundente la asimetría del impacto que la pandemia ha tenido para una minoría privilegiada y una mayoría que sólo se tiene a sí misma para sortear este drama. Para algunos la pandemia va terminando, para otros todavía queda mucho camino por delante. 

Entre los factores que generan más efectos negativos en lo que se refiere a calidad de vida, está la gigantesca desigualdad que ha ido afectando de manera creciente a gran parte de la humanidad y, paralelamente, ha concentrado la riqueza en pocas personas y/o familias, cuyas fortunas alcanzan cifras difíciles de imaginar y leer. La desigualdad se produce por la inmensa diferencia de ingresos entre aquellos grupos que forman parte de una élite y la gran mayoría.
 
Algunas de las principales causas de la desigualdad son las siguientes: sistemas fiscales inequitativos (en proporción, no siempre pagan más quienes tienen más) y evasión de impuestos; privatización de los servicios públicos y consecuente encarecimiento (servicios básicos, como luz, agua, educación, salud); el creciente poder de las grandes empresas en la política y la economía de los países; las guerras y todo tipo de conflictos armados; la debilitación de los organismos representativos de los trabajadores y la carencia de salarios justos; la restricción de la participación de los ciudadanos en espacios públicos que les permitan expresar sus ideas y necesidades, incidiendo en aquello que les concierne directamente.
 
La desigualdad no se expresa solo en los salarios o ingresos, pero sí son consecuencia de ella fenómenos como la inmigración, las crisis alimentarias, las exclusiones de todo tipo (unas más visibles que otras), la educación pública de mala calidad, la carencia del concepto de dignidad en aspectos fundamentales de los derechos humanos como salud, educación, trabajo y vivienda dignos…
 
OXFAM es una Organización no Gubernamental creada en Gran Bretaña en 1942, formada por ciudadanos, con el propósito de llevar alimentos a Grecia, país ocupado durante la segunda guerra mundial. Luego, extendió su quehacer a Europa y a países del tercer mundo, manteniéndose muy activa en apoyos concretos para reducir la pobreza, la injusticia y las desigualdades.
 
Algunas cifras del Informe anual 2020, que dio a conocer previo al desarrollo del Foro Económico Mundial en Davos (Suiza), es desolador: el 1% de los ricos en el mundo acumula más riqueza que 6.900 millones de personas. Por otra parte, señala que las cifras macroeconómicas impiden ver ese bosque en que un 50% de la población mundial “vive” con 5 dólares diarios (menos de $4.000 en un país como el nuestro en que solo dos locomociones diarias sobrepasan los $1.500).
 
“En muchos casos, el incremento de la desigualdad de ingresos y de riqueza en los países tiene su origen en una serie de políticas adoptadas por motivos ideológicos y que se han puesto al servicio de las élites ricas y poderosas, en ámbitos como la fiscalidad, el gasto, la rendición de cuentas de las empresas, el empleo y los salarios. Durante mucho tiempo, el gasto público se ha visto socavado por sistemas tributarios que han ido reduciendo los impuestos a las personas y empresas ricas. Entre 1985 y 2019, el tipo legal o nominal promedio del impuesto sobre los beneficios empresariales a nivel mundial se redujo del 49 % al 23 %,89 mientras que el tipo máximo del impuesto sobre la renta de las personas físicas en Estados Unidos se ha reducido a casi la mitad desde 1980, pasando del 70 % al 37 %”. (Informe OXFAM El virus de la desigualdad, enero 2021, p. 23, en file:///C:/Users/NEMO/Downloads/bp-the-inequality-virus-250121-es.pdf).
 
El mismo Informe señala que “La recesión ha acabado para los más ricos. Desde el inicio de la pandemia, la fortuna de los 10 más ricos del mundo ha aumentado en medio billón de dólares, una cifra que financiaría con creces una vacuna universal para COVID-19 y garantizaría que nadie cayese en la pobreza como resultado de la pandemia”.
 
Sin duda, la pandemia de COVID-19 ha hecho más visibles las desigualdades. Recordemos que el ministro Mañalich reconoció no saber de la existencia de hacinamientos de tal magnitud en Santiago, un tema central al momento de las condiciones reales de un gran número de hogares que carecen de toda posibilidad para establecer distancias físicas mínimas que los resguarden del contagio.
 
En el tema de las grandes diferencias de ingreso en nuestra realidad, algunos datos al azar. El presidente ejecutivo de la Corporación del Cobre (CODELCO) gana más de 50 millones mensuales; senadores y diputados, alrededor de 9 millones mensuales; directores de empresas (la mayoría está en varios directorios simultáneamente), 200 UF, cerca de 6 millones mensuales; el sueldo mínimo es de $326.500 mensuales para trabajadores entre 18 y 65 años, cifra que podrá aumentar luego de las negociaciones en 2021. La CUT ha solicitado aumentar la remuneración básica a $500.000.
 
Aprovecho de recordar los grandes debates que se suscitan anualmente para subir los sueldos de los trabajadores en cifras menores a $10.000, en un escenario en que los empresarios elevan sus voces de alarma ante el peligro de naufragio económico. Recordar también las afirmaciones de Antonio Errázuriz, presidente de la Cámara Chilena de la Construcción (CChC), en El Mercurio del 20 de abril: “Construcción advierte que tercer retiro de AFP agravará dificultad para atraer mano de obra”. Y una exclamación final de estupefacción y dolor: “Vamos a tener que pagar más”.  Y nada menos que a esa mayoría que no merece ganar más, porque pondría en riesgo las ganancias de quienes sí lo merecen.
 
La desigualdad no es algo inevitable, en tanto proviene de una elección política y económica, de modelos que ponen énfasis distintos en aspectos como lo individual y lo colectivo, la participación, la democracia, el Estado, lo público y lo privado, los derechos humanos y una lista larga de aspectos que, junto a otros, van generando las grandes desigualdades que experimentamos en diferentes grados. Sin duda, una de las mayores y muy evidente es la que se produce entre las remuneraciones más altas y las más bajas. Si pensamos en ese sueldo “digno” de $500.000 y lo comparamos con el de quien dirige CODELCO, la diferencia es de 100 veces, cantidad que aumenta si pasamos al mundo de las empresas privadas.
 
Dado que las necesidades de todos los seres humanos son similares, se ve la extrema desigualdad entre quienes ganan apenas para subsistir y aquellos que reciben remuneraciones altísimas. Pero frente a estos sueldos de élite, nadie exclamaría con horror y pena “vamos a tener que pagar más”, porque la idea básica que sustenta esta desigualdad es que hay quienes lo merecen por múltiples e indiscutibles razones que nadie debería poner en duda.
 
El próximo artículo abordará el tema Desigualdad y Educación. Los invito a pensar y a compartir con familiares, con el entorno laboral o estudiantil en las implicancias de vivir en condiciones de tan extrema desigualdad. Todos somos ciudadanos en la medida que estemos dispuestos a participar y asumir dicho rol; eso comienza de manera fácil, solo conversando con otras personas. Tenemos mucho que decir y tenemos el derecho a hacerlo; estoy segura de que lo haremos, porque el 18 de octubre de 2019 despertamos de un largo y agobiante silencio.