Por Miguel Lawner, crónica N° 16
12 de junio de 2023

El 21 de septiembre de 1976, Orlando Letelier fue asesinado mediante un atentado terrorista ocurrido en el corazón de Washington. Una bomba colocada en el piso del automóvil que conducía fue accionada mediante control remoto generando una explosión que le originó la muerte minutos más tarde. Junto con Orlando, falleció su acompañante, la joven Ronni Karpen Moffitt, compañera de trabajo en el Instituto de Estudios Políticos.

“En 1995, la Corte Suprema condenó al general en retiro Manuel Contreras y al brigadier Pedro Espinoza, ambos de la plana mayor de la DINA, como autores intelectuales del asesinato de Orlando Letelier, con penas de seis y siete años respectivamente. Con ello se abrió por primera vez la posibilidad de enjuiciar a los responsables de las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura militar [1].

Diez días antes de su asesinato, la Junta Militar emitió un decreto despojando a Letelier de su nacionalidad, culpándolo de traición a la patria, por sus actividades en el exterior.

Orlando se enteró de este decreto, cuando estaba a punto de intervenir en un acto masivo en solidaridad con Chile organizado el 10 de septiembre de 1976 en el Madison Square Garden de Nueva York, con la participación de la cantante Joan Baez, Pete Seeger y el conjunto chileno Aparcoa.

En su intervención, Orlando denunció públicamente este nuevo vejamen de Pinochet y concluyó diciendo: “Yo nací chileno, soy chileno y moriré chileno”.

Las amenazas contra Orlando no cesaron. Ese mismo día, en la noche, Isabel Margarita Morel, esposa de Orlando, recibió una llamada telefónica:
¿Es usted la esposa de Orlando Letelier?
Sí.
No… usted es la viuda.

Al comienzo de su mandato, el presidente Allende designó a Orlando como embajador en los Estados Unidos, debiendo asumir de inmediato, la defensa de la nacionalización de las grandes compañías de cobre norteamericanas, responsabilidad que cumplió con notable acierto.

Su responsabilidad diplomática la mantuvo hasta comienzos de 1973, cuando fue convocado a Santiago para asumir la cartera de Relaciones Exteriores, más tarde el Ministerio del Interior y finalmente el de la Defensa Nacional.

En esa investidura lo sorprendió el golpe militar de 1973. Fue detenido el mismo día 11 de septiembre al ingresar al Ministerio a su cargo y confinado a la Isla Dawson junto con otros altos funcionarios del gobierno depuesto. Allí permaneció por ocho meses, siendo trasladado en mayo de 1974 a la Academia de Guerra Aérea (AGA), lugar habilitado por la Junta Militar como centro de torturas.

Dos meses más tarde, el grupo de exministros y altas autoridades de gobierno fue trasladado a Ritoque, un balneario popular construido por el gobierno de Allende, que se blindó y artilló para servir como Centro de Detención.

Con motivo del primer aniversario del golpe militar, el 11 de septiembre de 1974, los presos políticos confinados en Ritoque, fuimos llamados a formación, a fin de escuchar la palabra de un alto oficial de la Fuerza Aérea, quien pretendió justificar la intervención militar, debido a las supuestas ilegalidades y escándalos cometidos por la administración Allende. El oficial concluyó su diatriba con la siguiente advertencia: “Algunos de ustedes saldrán pronto expulsados fuera de Chile, pero sepan que la larga mano de la DINA los alcanzará en cualquier lugar del mundo vayan donde vayan”.

Días después, Orlando fue expulsado de Chile, arribando a Venezuela cuyo gobierno había realizado numerosas gestiones en demanda de su libertad. Allí se reunió con su familia, con la cual viajó meses después a los Estados Unidos, a fin de integrarse como miembro del Instituto de Estudios Políticos en Washington, tarea que compartió con el cargo de director del Transnational Institute (TNI), con sede en Holanda.

Letelier desarrolló una actividad infatigable denunciando los crímenes y las múltiples violaciones a los Derechos Humanos que tenían lugar en Chile, tarea compartida con el análisis de las transformaciones a las estructuras sociales y económicas que comenzaron a implementar los golpistas.

Yo lo conocí en Isla Dawson y me impresionó su entereza para enfrentar las vejaciones de que éramos objeto. Jamás tuvo algún acto de sumisión. Fue un colaborador entusiasta de las obras que nos autoimpusimos a fin de mejorar nuestro entorno. Aún lo recuerdo cepillando vigorosamente unas vigas de madera destinadas a la techumbre del Caiquén Dorado, (2) que habíamos sustraído de una barraca inconclusa adyacente a la nuestra.

Permanecía angustiado por la suerte de su mujer y sus tres hijos, recién llegados a Chile. La única hoja de papel que nos entregaban para enviar cartas, la llenaba con una letra diminuta a fin de aconsejar a su esposa toda suerte de trámites. Con Hernán Soto lo bautizamos Orlando Letra chica.

A fines de diciembre de 1973, fuimos confinados en el campo de concentración de Río Chico, expresamente construido conforme al diseño de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Allí cambió nuestro régimen y pasamos a estar bajo las órdenes de una guardia militar que cambiaba cada 20 días, conforme a las normas que rigen estos establecimientos, destinadas a evitar la familiarización de los prisioneros con sus guardias.

Sin embargo, con motivo de la Navidad de 1973, el capitán de ejército a cargo del Campo, accedió a realizar un modesto acto de celebración organizado por nosotros mismos. Programamos números pintorescos: Enrique Kirberg, rector de la Universidad Técnica del Estado, presentó un títere, teniendo en su rodilla como muñeco, a Osvaldito Puccio. Yo canté el popular canon aprendido en el Instituto Nacional, “Yo soy un pobre diablo”. Aniceto Rodríguez, no vaciló en cantar la vieja canción revolucionaria norteamericana: “Si tuviera un martillo” y Orlando Letelier, que había recibido días antes una guitarra enviada por compañeros de Punta Arenas, entonó la hermosa canción “We Shall Overcome” una melodía de protesta, que se convirtió en un himno del movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos.

Ninguno de los oficiales de nuestra guardia presentes en el acto, reparó en el significado de dichas canciones. Los soldados, en cambio las celebraron con tanto entusiasmo como nosotros, claro que sin perder el ojo a sus fusiles.

Nuestro compañero de presidio Hernán Soto, fallecido hace poco, escribió: “Letelier fue un buen preso, en el sentido de que no fue sumiso ni se rindió antes las vejaciones, pero sí fue solidario, animoso, sacando fuerzas de la debilidad y dispuesto a cumplir las tareas comunes, incluso el trabajo forzado [2].

En estas crónicas, motivadas por los cincuenta años del golpe militar, he estimado indispensable recordar a uno de los colaboradores más leales al presidente Allende, quien, confinado en diferentes campos de detención en calidad de prisionero de guerra, mantuvo un comportamiento ejemplar. Posteriormente, una vez en libertad, fue uno de los más tenaces opositores de la dictadura, hasta ser brutalmente asesinado por orden del propio Pinochet, como quedó claramente evidenciado en los juicios efectuados en los Estados Unidos bajo la conducción del juez Eugene Propper, quien viajó a Chile a fin de agilizar las condenas.

Finalmente, el juicio quedó en manos del juez norteamericano Barrington Parker, que condenó a Guillermo Novo y Alvin Ross, gusanos cubanos cómplices del atentado contra Orlando, a prisión perpetua en una cárcel de máxima seguridad.

Por otra parte, en este mismo juicio, el oficial chileno Armando Fernández Larios, miembro de la siniestra caravana de la muerte, entregó a la justicia estadounidense evidencia de que el homicidio de Letelier había sido planificado y dirigido por la Dirección de la DINA, evidencia que nunca se hizo pública. De esta manera negoció un acuerdo con el Departamento de Justicia en el que se declaraba culpable como cómplice del crimen, a cambio de poder vivir y trabajar en lo Estados Unidos, donde continúa residiendo hasta ahora.

Es necesario, más que eso, es imperativo, recordar crímenes como este hoy día, cuando prolifera en Chile el negacionismo y los elogios a Pinochet que debemos poner en su lugar.

Luis Silva Irarrázaval, recién electo consejero constitucional por el Partido Republicano, en conversación con Cristián Warknen durante el ciclo de entrevistas “En Persona”, dejó en claro su admiración por Pinochet, al sostener textualmente: “Hay un dejo de admiración por el hecho de que creo que fue un Estadista, definitivamente un hombre que supo conducir el Estado, supo rearmar un Estado que estaba hecho trizas”.

¿El tirano… un estadista?
Veamos algunas cifras: según el académico norteamericano Michael Ahn Paarlberg, columnista regular de The Guardian, Pinochet entregó el mando con un desempleó del 20% y la pobreza llegó al 40%. Por otra parte, los sueldos bajaron un 35%, con respecto a los que había en 1970 [3].

Tal como hemos debido manifestarlo más de una vez: no al fascismo en Chile. Mil veces NO.

Al cumplirse 50 años del golpe militar, hay voces que nos llaman a mirar el futuro sin ahondar heridas. Imposible. Continuamos ignorando la suerte de más de mil compatriotas. Las fuerzas armadas chilenas siguen encubriendo sus graves delitos de lesa humanidad.

No aceptaremos jamás que el olvido encubra el horrible crimen de Orlado Letelier.

Honor para el leal colaborador del Presidente Allende. Honor para nuestro inolvidable compañero de luchas y de cautiverio.


[1] Memoria Chilena: Orlando Letelier del Solar.
[2] “Orlando Letelier, el que lo advirtió”. Hernán Soto y Miguel Lawner. LOM Ediciones. 2011, p. 72.
[3] CNN Chile. 06.09.2018.