Por Felipe Durán, DELIBERACCIÓN

Para ti, que estás defraudado, hastiado y harto. Para ti, que estás apenada y triste y no quieres saber nada de ESO que se llama política. Para ustedes ofrezco algunas ideas en esta columna:

En Chile, mes de octubre 2019, estalló un importante grupo de ciudadanas y ciudadanos sobrepasado por el malestar producto, entre otras cosas, de que la democracia vigente no daba el ancho o la capacidad para solucionar políticamente los problemas que tiene nuestra sociedad.

Es algo similar a cuando una persona agobiada por sus problemas y después de varios intentos de solucionarlos no llega a conclusión alguna y siente que en vez de avanzar está estancada, está sola, no tiene a nadie a quien acudir. ¿Qué hace esa persona? Un grito desesperado, como el libro de Carlos Cuauhtémoc Sánchez.

Pues bien, después del grito, de la alarma, de la expresión colectiva catártica del descontento, deben surgir las soluciones. En una sociedad donde hay gobernantes y gobernados es claro que los gobernantes están en la posición de poder para proponerlas. ¿Y si no lo hacen? Se profundiza el problema. En el caso del entonces presidente Piñera apagó el fuego con bencina al decir dos días luego del estallido “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso”. Se vio o se quiso ver la manifestación del descontento como un peligro, un atentado contra el orden público por lo que la prioridad fue restablecer dicho orden y no escuchar las demandas populares. Con suerte, escuchar lo que se refiere a una agenda de proyectos sociales pendientes y el problema político de fondo, que comprometía forzosamente cambios estructurales, desaparecía. Obvio, podría significar que su gobierno cayera como parte de la purga que se exigía en las calles.

Sin embargo, se entendió después que una solución de fondo era menester y al mismo tiempo esa solución podría apaciguar el conflicto, otorgando una salida institucional o solución al problema expresado con vehemencia por todo el país y de manera sostenida. ¿Y si cambiamos la constitución? De hecho, en las calles se pidió desde mucho tiempo antes la Asamblea Constituyente. Y entonces vino el acuerdo del 15 de noviembre, llamado “Acuerdo por la paz”, acordado por las fuerzas políticas incluido el actual presidente Gabriel Boric. ¿Fue lo que quería la calle? Claramente no. ¿Propuso la calle algún otro camino? Nada organizado que se conociera. ¿Hay alguna explicación para no tener propuesta organizada de quien se está manifestando a gritos en contra de lo que hay y en contra de eso que trata de autorregenerarse mediante el acuerdo por la paz? El autor Gaetano Mosca, especialista en elites, ha señalado que una ventaja que presentan de hecho es que saben hacer el procedimiento político. Conocen porque siempre han estado ahí, entonces es lógico que, aunque les duela y les cueste, son capaces de llegar a un acuerdo convocante como ese.

La manifestación popular, aturdida por la represión y con un Presidente que le declara la guerra, sin medios de comunicación que den mucha tribuna a sus planteamientos más de fondo y sin lograr separar los actos de vandalismo de los actos de protesta creativa, artístico cultural, representada en carteles, bailes, cantos, rondas, espontaneidad, generosidad, cordialidad y sentido de grupo y con una esperanza de que realmente se podía cambiar el país (esto no pretende ser un resumen de lo que fue el estallido), no tuvo capacidad de respuesta y fuimos todos directo al plebiscito del 25 de octubre 2020 con voto voluntario que arrojó una participación mayoritaria, pero que no convocó al otro 49% de la población. De ese 51% que votó, la opción de la nueva constitución política (78%) redactada por un órgano cien por ciento electo (79%) fue abrumadoramente superior.

Pero estos porcentajes no fueron contrastados con la votación universal: el voto obligatorio que sí existió para el plebiscito de salida. De modo que ese 78% de apoyo a una nueva Constitución en realidad diluido resulta ser un 39% si se considera el 49%, o sea, casi la otra mitad del electorado.

Y esto generó una falsa sensación de triunfo. Pero nadie lo advirtió suficientemente, vino el proceso de redacción de la propuesta y el momento de decidir si se aprobaba o se rechazaba. Se rechazó por el 62%, o sea, eso es casi la otra mitad de la aprobación inicial del 39% diluido o corregido.

¿Qué genera un resultado real versus un resultado esperado, pero basado en una ilusión de mayoría? Un quiebre drástico de la expectativa. O, sea si se suma el malestar que según sociólogos como Alberto Mayol se mantiene o aumenta en la actualidad a la idea de que no hay nada que hacer porque está todo amarrado y porque el acuerdo que prepara este segundo proceso constitucional está tomado nuevamente por la elite política, pero más cargado a la derecha inclusive, se produce un shock autoprovocado o autoinferido.

Lo del 4 de septiembre, en mi opinión, fue un golpe de votos. No como 49 años atrás que fue de fuerza con armas del Estado al servicio de una ideología de las tres en disputa, fue con votos. Otro shock.

Se ha logrado llegar a tales niveles de apatía y desgano, que se produce lo mismo que bajo dictadura militar: no hay disposición para la participación política institucional porque está prohibida. La diferencia es que ahora hay democracia por lo que es una suerte de autocensura, automarginación.

Se puede. Pero nadie quiere. Dejemos que “ellos” lo hagan, total, se las arreglan de todas formas.

Increíble lograr eso, ¿verdad?

Más increíble sería superar el shock y sacudirse la frustración que millones de personas sienten respecto de un proceso político que de todas maneras podría mejorar la vida de mucha gente, de un proceso del cual los movimientos sociales jamás deberían restarse. ¿O acaso la derecha conservadora anti cambio constitucional se restó de la convención constitucional? Eso no sucedió, participaron, eligieron su gente y tuvieron voz. ¿Cuál sería el espacio para pensar una solución participativa esta vez para los que perdimos en el plebiscito de salida del 4 de septiembre? Cuando se pase a la fase que está más allá del desgano y la frustración, podemos hablar. Hasta entonces.