Por Omar López, Puente Alto, 23 de enero 2023

Sabemos y no cuesta nada comprobarlo en cualquier momento, que en nuestro país se lee muy poco. Y sospecho que es un problema a nivel continental; pueblos hermanos sufren el mismo mal. Y uno asocia por lógica diarios, revistas o libros. Sin embargo, existe otro tipo de lectura que también a mi juicio, se ejercita (si es que se ejercita) en forma muy superficial o mecánica: leer la mirada. Así como las enigmáticas gitanas ofrecen una enfática lectura de esas líneas dibujadas en la palma de tus manos o algún inquietante hipnotizador asegura leer tus pensamientos para luego, manejarlos a su antojo, “la inmensa humanidad” no va más allá del cotidiano trajín de mirar sin ver o de ver realidades donde habitan solo espejismos.

Luego, comenzar a leer el lenguaje de las miradas ya constituye un desafío mayor: como reza un popular proverbio… “los ojos son la ventana del alma”. Podría ser, pero creo que existen personas que con alma y todo, no abren las cortinas de su ventana ni siquiera los días domingos. Es posible que tanta intimidad se petrifique y se convierta en tumba de días sin brillo. Para llegar a ser un buen lector de miradas es imprescindible mirarse en el espejo interior, con los ojos cerrados y la memoria sana. Porque al internarse, por ejemplo, en ese laberinto de miradas que es el metro en “hora punta”, se puede uno adiestrar en el método de “lectura veloz” con digamos, apremiantes y multifacéticos ojos de gente que, en un simple vistazo, te ofrece la vida entera o te agrede con puñales contaminados de hastío.

Pero también y necesariamente, uno debe estar leyendo a diario la mirada de la pareja y en esa única lectura, tendríamos para escribir un libro. Y qué podemos decir de leer las miradas de nuestros hijos, en esos instantes del almuerzo o al desayuno, compitiendo con un celular entre sus manos y sus ojos secuestrados por la bien denominada telaraña de “las redes”. Aunque para un buen lector visual, basta un segundo para descifrar el estado anímico de un ser que llevamos bajo la piel. Y así, con otras connotaciones y otros escenarios, una buena lectura de miradas siempre nos ofrece la oportunidad de entender en qué mundo estamos viviendo, para dónde vamos y qué hemos aprendido siendo parte de una generación que ayer cultivaba sueños de justicia y equidad para nuestro pueblo y hoy, nos debatimos combatiendo las termitas del individualismo, acosados por la hiper “comunicación” que nos ofrecen los medios tecnológicos.

La digitalización del mundo y los millones y millones de dedos y… de ojos, clavados en los aparatitos, no es condenable, de hecho, han solucionado muchos problemas en todos los sentidos. Bien por las buenas intenciones y los beneficios del progreso, pero, sin echarle pelos a la leche… ¿a quién le interesa tener sus “ventanas del alma” abiertas a la bondad de un atardecer irrepetible o a los abrazos del viento que algunas veces regala a sus árboles? ¿En qué mapa de las candorosas nubes algunos ojos han retornado al juguete favorito, que perdieron siendo niños?…

Ojo entonces con la belleza de los ojos. Ojo con las miradas lectoras, porque de ahí nace o puede nacer el lenguaje del amor, de la confianza, del asombro o… del miedo. También, el diálogo silente pero férreo de la amistad milenaria entre el perro y el hombre; sin olvidar que, a la hora de comparar lealtades, sale ganando el perro.