“Desde octubre de 2019 es común que se afirme que vivimos un momento de cambio importante. En realidad, lo que vivimos es una nueva expresión de la crisis de un modelo que no responde a las necesidades esenciales de los ciudadanos, en especial de los jóvenes que han protagonizado masivas e impresionantes acciones de franca rebelión ante el statu quo”. Las palabras corresponden al columnista Benigno Fury.

Fotografía de Rodolfo Rojas Bahamonde.
“Desde octubre de 2019 es común que se afirme que vivimos un momento de cambio importante. En realidad, lo que vivimos es una nueva expresión de la crisis de un modelo que no responde a las necesidades esenciales de los ciudadanos, en especial de los jóvenes que han protagonizado masivas e impresionantes acciones de franca rebelión ante el statu quo”. Las palabras corresponden al columnista Benigno Fury.
La gran pregunta sería: ¿qué es lo que ha cambiado desde el llamado Estallido Social? Yo puedo responder esa pregunta: nada… todavía. Basta con observar para darse cuenta de esto. Podemos responsabilizar a la pandemia… pero eso es facilismo.
¿Entonces, qué es lo que puede cambiar? Todo debiera modificarse, pero cuánto cambie depende de nosotros. Y en especial de esa enorme masa de jóvenes que salieron a manifestarse de diversas formas.
El asunto desde el inicio. Cuál es el origen de la explosión ciudadana; eso hay que preguntarse. Una respuesta global es la ausencia de derechos sociales que se gestó en dictadura, con la llamada “revolución silenciosa”, aquella destinada a clausurar nuestra historia. La Constitución del 80 es una pieza fundamental del sistema neoliberal instaurado entonces, cuando era imposible que el pueblo defendiera sus conquistas, fruto de décadas de luchas, avances y retrocesos.
Durante los 17 años de dictadura del general Pinochet se desmantelaron los partidos políticos de izquierda, se exterminó a dirigentes, militantes y sindicalistas, se desató una represión asesina y brutal que, si bien no logró eliminar la resistencia del pueblo, sí que impidió que -empeñada en defender los derechos humanos y el retorno a la democracia- esta defendiera las conquistas sociales.
En esos años terribles se instalaron las bases del sistema neoliberal, se despojó al Estado de sus mayores capacidades, se vendió la mayoría de las empresas de todos los chilenos a precio de huevo, se creó un paraíso comercial y financiero para que los inversionistas nacionales y extranjeros se apoderaran de todo.
El retorno a la democracia ocurrió como resultado de la acción de una alianza que no incluyó a toda la diezmada izquierda. Esto dio paso a una serie de gobiernos de la Concertación, donde se respetó el estatuto neoliberal como base para el desarrollo económico, que fue muy exitoso en apariencia, juzgado por las cifras macroeconómicas. Se recuperaron las libertades esenciales, pero se mantuvo el modelo económico basado en la reducción del estado y la depredación de los recursos naturales. Luego vino una alternancia en el poder con la derecha que mantuvo el orden establecido.
Nunca salimos de la economía extractivista exportadora para transitar a un sistema más desarrollado, con valor agregado en los productos. Seguimos siendo altamente dependientes del precio de nuestra principal materia prima. Y producimos y exportamos esencialmente frutas, verduras, madera, pescado, minerales. Esta clase de economía requiere fuerza de trabajo básica, no especializada o sofisticada.
Esto explica que el PIB per cápita se encuentre más o menos estático desde hace una década. ¿Cómo vamos a dar un salto si no estamos produciendo nada sofisticado o que agregue valor? La promesa de convertirnos en un “país desarrollado” y rico no se cumplió. Y se estrelló inevitablemente con la masificación de la educación superior que prometió alcanzar el  ”cielo” a los hijos de trabajadores que iban a convertirse en la primera generación  de profesionales universitarios de sus familias. Esta promesa dejó enormes deudas y frustraciones imponentes. Era imposible que se cumpliera, porque no había plazas de trabajo para esos nuevos profesionales en un sistema productivo básico que no los requiere.
Entre tanto, la política se “profesionalizó”, la separó del pueblo y la convirtió en una clase privilegiada, sensible a conceder favores a los empresarios, a participar en sus directorios, y a recibir contribuciones generosas para sus campañas eleccionarias. Ninguna de estas acciones -aunque significaron escándalos portentosos en contadas ocasiones- acabó en plenas aflictivas de cárcel ni en multas verdaderamente significativas para los propietarios de los grupos empresariales involucrados.
Diversos “estallidos” previos al de 2019 fueron dando cuenta de la progresiva decepción ciudadana. El de octubre del año pasado fue, qué duda cabe, el más significativo. Puso en jaque al gobierno de Piñera, que desde entonces viene dando tumbos lamentables, hasta llegar al actual grotesco 7% de apoyo. Sin embargo, Piñera no es el responsable de esta crisis; tampoco la derecha gobernante por sí misma, sino que todos los partidos políticos que han actuado como guardianes y sostenedores eficaces de este orden neoliberal.
Lo peor es que los partidos políticos se han evidenciados sordos a las demandas y razones del pueblo en la calle. Arrinconados por la lucha popular, cedieron en dar paso a una Nueva Constitución, pero se han empeñado en asegurar para ellos el control del proceso y asegurar que el cambio efectivo sea mínimo. No han permitido que los independientes puedan presentarse como candidatos a constituyentes, sino como parte de las listas de los partidos, o superando exigencias leoninas para superar en pandemia.
Obstinado en impedir el paso a una reforma del fracasado, injusto y vergonzoso sistema de pensiones de las AFP (que entrega el manejo de los enormes fondos previsionales a los grupos económicos que se prestan plata a sí mismos a tasa baja y perjudican a los ahorrantes a quienes se deben). Lo único que se ha conseguido tras largas luchas es la autorización para sacar retiros parciales con la finalidad de asegurar la subsistencia en pandemia.
Las ayudas entregadas por el gobierno en pandemia han puesto de relieve la fragilidad de la mayoría del país -esa supuesta clase media surgida el modelo económico exitoso-, ha destruido fuentes de trabajo y acarreado desolación y miseria a un país azotado por la desigualdad y la indignidad.
Es sustancial pensar y discutir sobre estas materias, dejar de hacer vista gorda del actual estado de cosas y proponer ideas para que se produzca la radical transformación social que necesitamos para Chile. La Nueva Constitución deberá dar luces a este respecto; si no lo hace, será ilegítima y el país será sacudido por nuevos estallidos. No es posible ni aceptable que nada cambie y todo continúe igual que antes. El tiempo de la pasividad y la aceptación se acabó. La política debe ser renovada en profundidad y el modelo económico social cambiado para traer justicia y dignidad a todos, no solo a los escasos privilegiados de siempre.
Escucharemos una vez más toda clase de falsas promesas, ofertas populistas, discursos satanizadores hacia quienes hablan con verdad, manejos oscuros de los medios de comunicación para manipular conciencias.
La única fuente de solución está en nosotros mismos, en nuestra propia organización, nuestros pensamientos, nuestras palabras.  Será un camino largo y complejo, pero es la única manera de lograr el cambio que los jóvenes exigen y seguirán demandando en el futuro.