La inspiración, señala el autor de este texto, “vino de la crueldad con que se ha manifestado la pandemia en Chile, debido a la fragilidad de esta sociedad devastada y a un gobierno que abandona a la gente para que subsista con sus débiles mecanismos de resistencia”.

Te van a pillar, Carlitos
Es casi la hora. Se empina el resto de la piscola tibia y aguada, el hielo se derritió hace rato. Falta más de un cuarto de hora para las nueve de la noche, a mediados de agosto y con un día nublado, la oscuridad ya es densa. Le bastan diez minutos para llegar caminando al punto de encuentro. Se levanta de su mesa en el bar clandestino de la Gladys. Ella lo mira asintiendo con la cabeza.

Sí, ya sé Carlitos. Cuando termine esta cagada del virus y encuentres pega, me devolverás todo. Vas en más de treinta lucas. Pero tienes buen crédito en este local.

Sale a la terraza de la casa – bar de un piso, que en realidad es la antigua entrada al estacionamiento de la vivienda, habilitada con tres mesas y sus sillas, ocultas de la calle por el portón de madera de casi dos metros de alto. Se sube el cuello de la chaqueta para engañar al frío, busca en el bolsillo derecho y encuentra el paquete de cigarrillos Kent, saca el último y lo lleva a sus labios, arruga la cajetilla y la deja en el cenicero de vidrio. Luego enciende el cigarrillo.
Ha caído una neblina húmeda, al aspirar el humo lo invade el deseo de que la niebla los ayude en el asalto. Le queda solamente el trámite del permiso, lo hará al salir del negocio de Gladys, para que le dure. El Raco dice que en un par de horas estarán de vuelta en sus casas, pero quién sabe. Aspira nuevamente el humo y recuerda el inicio de esa larga jornada, en su hogar:
 

Te van a pillar Carlitos. ¿Veís que con esto de la cuarentena anda poca gente en la calle y está lleno de pacos? – le dijo su esposa.

Él contempló las manchas de moho en el techo, desde la cama en la que seguía recostado, en pijama a pesar de que ya había despertado hacía más de dos horas.

Mira Jacky: no nos queda otra, hace una semana se nos terminó la famosa caja con alimentos que mandó tu presidente.
¡Ese feto re tamboreado no es mi presidente! Viejo concha de su madre ése, no me volvai a decir esa huevá!.

Carlos rió de buena gana unos segundos y comenzó a erguirse, se sentó en el borde de la cama para calzarse unas pantuflas deshilachadas.

 Y el amigo Sergio del almacén nos ha fiado toda la semana – dijo mientras caminaba hacia el baño-. Tú sabes que ese es su límite.

Al regresar después de la ducha, con una toalla envuelta alrededor de la cintura, volvió la vista hacia El Chambeco. Así habían apodado en el colegio a su hijo, estaba en su habitación, conectado a clases vía Zoom. Seis años, pero manejaba las tecnologías mucho mejor que ellos. Ya estaban a punto de cortarles internet, no había pasado nada con el anuncio del decreto que prohibiría los cortes y ya se le habían acumulado las deudas de cuatro meses. No podía permitir que el chicoco perdiera sus clases y el año escolar.
Jacky, que venía de la cocina, lo sorprendió mirando al niño.

Lástima que con la comida no sea como con internet – dijo ella.
Me adivinaste el pensamiento. Con la empresa de telecomunicaciones llevamos más de tres meses de fiado.
Carlos – Sus ojos verdes que resaltaban en su rostro moreno, se posaron en los de él -, por favor no lo hagas.
No va a pasar nada, tú sabes que el Manolo y El Raco tienen experiencia en estas cuestiones. Además están de acuerdo con el nochero del supermercado – explicó mientras caminaba hacia su habitación.
¡Ellos tienen experiencia, pero tú no! – le gritó desde el pasillo-. Tú sabes podar, arreglar jardines, reparar techos. Arreglas las cosas, no las echas a perder.
¡Pero qué hago ahora! Me ha salido una pura pega en dos semanas, este mes tampoco podremos pagar el arriendo.

La mujer se alejó sacudiendo la cabeza. Su pelo lacio y negro se movía al ritmo de sus enfáticas negaciones. Él se quedó sentado en la cama, poniéndose los bluyines.
Poco después Carlos se puso la mascarilla y salió a la calle. Lo comenzó a atenazar un dolor en el medio de la espalda. Si se quedaba en casa discutirían de nuevo. A veces perdía la paciencia, y no le gustaba pelear con la Jacky, después terminaba arrepentido. ¿A dónde ir? Faltaba casi medio día para que se juntaran con Manolo y El Raco.
Caminó hacia el parque. Lo habían echado a perder con esas máquinas para hacer ejercicios que nadie usaba, excepto los borrachos que meaban sobre ellas. Apenas habían dejado dos bancos que casi siempre estaban ocupados. Para su sorpresa no había nadie sentado en ellos.
Se desvió hacia el almacén de Sergio. Entró cabizbajo. El dueño del negocio lo miró de reojo mientras le daba al vuelto a una anciana. La señora se retiró rengueando de la pierna izquierda.

¿Cómo estamos, vecino? – le preguntó a Carlos.
Bien don Sergio, gracias. Este… ¿me podría fiar una cajetilla de cigarros?
Ayer jueves se le acabó el plazo, amigo – afirmó poniéndose serio para luego sonreír -, pero usted siempre me ha cumplido, así que le voy a pasar sus Kent. ¿Cree que se pueda poner al día mañana?
De todas maneras. Cuente con eso, hoy me tiene que resultar un negocio…

Al rato estaba sentado en uno de los dos bancos disponibles, fumando, con la mascarilla en la mano por si llegaba una patrulla. Una ventaja de la cuarentena, no recordaba desde cuando que no se podía sentar a mirar los árboles. Estiró la espalda tratando de aliviar el dolor. Un par de horas después decidió que fumar media cajetilla en tan poco rato era mucho, y además le había dado sed. Fue entonces que decidió ir a arrancharse al bar de Gladys. Si volvía a la casa capaz que la Jacky lo convenciera de desertar y terminara por dejar plantados a sus amigos.

Mira el cigarro a medio consumir. Es el único cliente que permanece en el bar. Piensa en Manolo, El Raco, y el golpe que van a dar. Le había costado decidirse, finalmente había accedido a cambio de la promesa de que fuera sin armas. Con la complicidad del nochero no se debían requerir fierros, el viejo se había comprometido a cortar  la luz y la alarma a cambio de la mitad del botín. A ese señor le habían avisado que desde el próximo mes perdería su trabajo porque los dueños del supermercado habían contratado a una empresa de seguridad.
El Raco es el que más le preocupa. Manolo nunca ha caído preso, pero El Raco ya ha ido a la cana al menos tres veces, y siempre cayó armado. Desde que se hicieron amigos en el colegio Carlos nunca se distanció de ellos, aunque siempre supo de los malos pasos en los que andaban.
Saca el celular, tiene que obtener el permiso. Suspira, piensa en la Jacky, en el Chambeco. Tiene que hacerlo, por ellos sobre todo. No ve otra salida. Ingresa a “Comisaría Virtual” y teclea los datos, completa los registros y envía la solicitud. En ese momento el celular se apaga. Piensa que se le debe haber agotado la batería.
Se pone la mascarilla, sale a la calle y comienza a caminar en dirección al supermercado. Transpira a pesar del frío. Incluso siente la respiración entrecortada. ¡A la mierda! No puede arrepentirse ahora. Acelera el paso para no escuchar las súplicas de Jacky repicando en su cabeza.
Avanza por la vereda flanqueada por rejas de madera bajas, que dejan ver jardines con rosales, hortensias sin flores, y unos altos y desparramados tallos de calas. ¡Ahí sí que hacían falta sus servicios! Piensa en esos vecinos que han dejado pasar la época de la poda… a todos les faltan lucas…Ojalá hubiera pasado el día podando y no rumiando imágenes agrias del asalto.
Una sirena ulula a sus espaldas, se vuelve y ve el radiopatrullas con dos carabineros estacionando a un costado de su vereda. El espejo retrovisor derecho casi roza el brazo de Carlos, que se ha quedado paralizado. El carabinero que va en el asiento del copiloto, desciende con su mascarilla mal puesta, la lleva bajo la nariz tapando solo la boca.

Buenas noches señor. Sus documentos y el permiso temporal por favor.

Carlos saca su carnet y se lo entrega junto al celular.

Se me acabó la batería y ando sin cargador, pero saqué el permiso.
Con su número de carnet podemos chequear eso, espere – dice mientras le dicta el número al colega que está al volante metiendo la cabeza dentro del auto a través de la ventana.

Espera tratando de no temblar, ¿cuánto rato habrá pasado ya? Tres o cuatro minutos desde que llegaron los pacos, pronto sus amigos estarán llegando al punto de encuentro.
Escucha murmullos y ruidos de un walkie tolkie. El carabinero vuelve hacia él.

Lo siento don Carlos, efectivamente usted trató de hacer una solicitud, pero le faltó completar un registro, así que el permiso no se le otorgó. – Luego se endereza remedando una posición de firme y comienza a recitar con tono robótico: Queda usted detenido en virtud del decreto supremo número cuatro del 2020 que decreta alerta sanitaria y que otorga facultades extraordinarias por emergencia de salud pública debido al brote de Coronavirus y basado en el artículo ocho de la Ley veinte mil …

Los hombros de Carlos caen relajados, se percata que los había tenido encogidos, quizás desde cuándo. Va cesando el dolor en la espalda, deja de transpirar y adelanta sus manos hacia el carabinero para que le ponga las esposas. Piensa en Jacky, tenía razón, lo han pillado…