Miguel Lawner, Crónica N°9, 16.04.2023

Pocos edificios en nuestra historia han sido tan polémicos como este, que comenzó llamándose UNCTAD III, dado que su destino inicial era acoger la Tercera Asamblea Mundial de Naciones Unidas, dedicada a debatir los problemas derivados del intercambio comercial.

Una vez concluida esta reunión en julio de 1972, el edificio inició sus actividades como Centro Cultural Metropolitano Gabriela Mistral, denominación que conservó sólo por un año, ya que la Junta Militar se apropió del inmueble después del golpe en 1973, convirtiéndolo en la sede de gobierno y cambiando su nombre por el de Diego Portales, que conservó durante 34 años. En 2007, fue convocado el concurso de arquitectura para la rehabilitación del inmueble y con este motivo, la presidenta Michelle Bachelet, decidió restablecer la vocación cultural del edificio y también el nombre de nuestra insigne Premio Nobel.

No habiendo tiempo para llamar a un concurso de arquitectura, en 1971 se encargó el proyecto a un equipo de 5 profesionales escogidos entre las oficinas más importantes de la época. Así fue como asumieron esta delicada responsabilidad, los colegas Sergio González Espinoza, Juan Echenique, José Covacevich, José Medina Rivaud, todos fallecidos y Hugo Gaggero. La obra de estos arquitectos asombró a los delegados extranjeros asistentes a la Conferencia Mundial y mereció un reconocimiento especial del presidente del Colegio de Arquitectos de Chile.

El proyecto y la construcción de este inmueble constituye una de las proezas más destacadas en la historia de la arquitectura chilena, y sólo puede entenderse como consecuencia del entusiasmo y del alto espíritu solidario y creativo, generado por el proceso social que tenía lugar en Chile a partir de la victoria de Salvador Allende.

Arquitectos, artistas, artesanos, técnicos, empresas constructoras y subcontratistas, capataces, obreros, proveedores y transportistas no conocieron pausa hasta cumplir en 275 días una meta inconcebible hoy día, aún con el inmenso desarrollo de nuevos recursos tecnológicos.

Los profesionales involucrados, trabajaron día y noche por un modesto sueldo mensual, entregando en ese lapso un inmueble totalmente equipado con su mobiliario y dotado de complejos servicios de traducción simultánea, de iluminación, climatización y calefacción, dejando atónitos a los 3.000 delegados provenientes de los 140 países que concurrieron a la Asamblea de la UNCTAD.

En el mensaje entregado con motivo de los tijerales, el presidente Allende manifestó lo siguiente:

“Desde el mes de junio del presente año, profesionales, técnicos y obreros chilenos han aportado lo mejor de sí mismos para levantar la obra monumental de estos edificios. Ustedes han comprendido el significado trascendental de esta obra. Hace algunos meses, esto era sólo un sitio baldío. Hoy empieza a ser la realidad que inicialmente nos propusimos. Por ello, estos tijerales me permiten, asociándome a la alegría que nos embarga, ratificar en ustedes mi profunda fe en los trabajadores chilenos. Reciban el reconocimiento de su Compañero Presidente”.

Además del exiguo plazo disponible para la ejecución de las faenas, otro desafío no menor para los arquitectos, era desarrollar un proyecto apto para contener transitoriamente una Asamblea Mundial, pero cuyo destino definitivo era servir como el gran Centro Cultural de Santiago. Recordemos que entonces no existía el Centro Cultural Estación Mapocho, ni el Centro de Extensión de la Universidad Católica, ni el Centro Cultural Palacio de La Moneda.

Se optó por levantar a la brevedad una superestructura constituida por esas grandes columnas de hormigón, que otorgaron su identidad al edificio, dispuestas para recibir la techumbre en forma de una placa metálica. Una suerte de gran paraguas, no comprometiendo el diseño de los espacios interiores cuyo detalle se ignoraba, ya que el programa de necesidades, se fue configurando a medida que avanzaba la obra. El edificio se concibió transparente, con amplios ventanales abiertos hacia la Alameda, y como un puente entre el Parque San Borja y el Parque Forestal, ya que se circulaba libremente a través de él, desprovisto de cierros o rejas que obstaculizaran el tránsito peatonal.

Una vez concluida la reunión de Naciones Unidas, desde mediados de 1972 hasta el golpe militar, el edificio funcionó como Centro Cultural Gabriela Mistral, generando un atractivo popular impresionante. Las grandes salas eran solicitadas por agrupaciones artísticas consagradas o aficionadas y se multiplicaron las exposiciones de todo orden, asambleas culturales, sociales o políticas, conferencias y seminarios, exhibiciones de cine y representaciones teatrales, dando vida a una explosión cultural inédita en Chile.

Además, se habilitaron en el Hall de acceso, espacios para oficinas bancarias, de correo, de turismo, librerías y kioscos de venta de periódicos y souvenir. Sin embargo, el gancho más atractivo fue el casino, recinto que retiene en su memoria el imaginario colectivo nacional, y que se constituyó en el principal establecimiento de autoservicio de la capital, llegando a servir 5.000 raciones diarias de almuerzo, con un menú variado, económico y de alta calidad.

El patio posterior adyacente a calle Villavicencio, expansión natural de la cafetería, congregaba a toda hora la actuación espontánea de grupos musicales informales, payadores, recitadores o malabaristas.

Pocas veces puede afirmarse con más propiedad, que el pueblo hizo suyo este edificio, haciendo realidad el propósito manifestado por el presidente Allende, y ratificado en la Ley que otorgó financiamiento a las obras, en el sentido de poner la cultura al alcance popular.

El inmueble logró una integración del arte y la arquitectura como nunca antes ni después se ha conocido en Chile. Los artistas no se limitaron a colgar sus telas, sino que participaron desde el comienzo en el diseño de puertas y lámparas, en el detalle de revestimientos de muros y pavimentos, en la claraboya del atrio del acceso principal, en la extracción de los gases de la cocina, o en los tiradores de las puertas. También artesanos mimbreros y bordadoras de tapices, se integraron a esta explosión creativa, que dio luz a un conjunto de una belleza deslumbrante. Al pintor Eduardo Martínez Bonati, le solicitamos que asumiera como coordinador de la integración del arte y arquitectura, responsabilidad que asumió con gran criterio y responsabilidad.

En definitiva, se trató de una obra colectiva multifacética. Cuando llegó el momento de colocar la placa recordatoria de los autores del proyecto, concluimos que era tal la cantidad de nombres necesarios de citar, que resolvimos no mencionar ninguno y encargamos entonces al escultor Samuel Román la ejecución de una placa en piedra granito, donde se estampó el siguiente texto:

“Este edificio refleja el espíritu de trabajo, la capacidad creadora y el esfuerzo del pueblo de Chile, representado por sus obreros, sus técnicos, sus artistas y sus profesionales. Fue construido en 275 días y terminado el 3 de abril de 1972 durante el gobierno popular del compañero Presidente de la República Salvador Allende.”

Esta hermosa obra de arte, ejecutada por un Premio Nacional de Arte, fue destruida por los militares.

A raíz del golpe, la Junta Militar ocupó el inmueble como casa de gobierno, acabando de una plumada con su intensa vida cultural. Se intervino radicalmente la arquitectura, levantando herméticos muros de ladrillo donde antes lucían amplios ventanales, se blindaron los pisos superiores, y se enrejó todo el conjunto. Desaparecieron la mayoría de las obras de arte y otras fueron simplemente destruidas.

Los ciudadanos fuimos privados de este edificio que habíamos disfrutado como pocos en nuestra historia, y con el nombre de Diego Portales pasó a ser el símbolo de la dictadura que gobernó Chile durante 17 años. La cultura fue usurpada por las armas. El edificio fue masacrado como obra de arquitectura y separado de su pueblo, transformándolo en ícono del régimen militar.

Fuimos los padres de esta criatura que alcanzó a vivir una infancia alegre y solidaria. Nos la arrebataron cuando recién empezaba a caminar y debió crecer entre rejas, aislada y evocando su ilustre pasado. Cual ave fénix renació de las cenizas, bajo el cuidado de nuevos padres que la han rodeado nuevamente de afecto y la han alhajado con los recursos tecnológicos más avanzados.

Enhorabuena por la ciudad y por sus ciudadanos. Nosotros hemos pasado a ser los abuelos de este ser en plena madurez y constatamos que la alegría, el amor, la esperanza y la creatividad continúan reinando entre estos muros cargados de un pasado tan excepcional.

Solo nos falta recuperar la Torre, que los militares entregaron hace ya 5 años y que permanece desocupada, con los riesgos que implica todo edificio sin uso. Asumido el actual gobierno, junto con el arquitecto Hugo Gaggero, solicitamos audiencia a las Ministras de las Culturas y de Bienes Nacionales, a quienes propusimos que el edificio Torre fuera destinado preferentemente a ser sede del Ministerio de las Culturas, institución que ocupa actualmente varios pisos en la primera cuadra de la calle Ahumada, ubicación antagónica con su misión. Su traslado a la Torre UNCTAD, armoniza plenamente con el destino cultural de un conjunto tan emblemático en nuestra historia.

El edificio está intacto bajo el punto de vista estructural. Soportó dos terremotos, sin una sola grieta. Su aspecto exterior es impecable, en virtud del acierto de rodear las cuatro fachadas desde el cuarto piso hasta su remate superior, con perfiles metálicos construidos en acero corten, que es un material perenne. Se ve impecable, no obstante sus 51 años de vida. Obviamente, todas las instalaciones interiores, especialmente eléctricas, sanitarias y corrientes débiles deben renovarse.

Ambas Ministras acogieron con entusiasmo esta propuesta y entregaron al Ministerio de Obras Públicas, la responsabilidad de materializarla. Han trascurrido de esta reunión más de siete meses. No fuimos llamados a ninguna otra reunión y por vía de un periodista que acaba de publicar un interesante reportaje en La Tercera, recibimos un lapidario Informe de Prefactibilidad, emitido por el Ministerio de Desarrollo Social, concluyendo que: “EL EDIFICIO JUNTO A LA PLACA TUVO COMO FIN LUEGO DEL TÉRMINO DE LA CONFERENCIA SER DESTINADO AL DESARROLLO SOCIAL Y CULTURAL DE LA POBLACIÓN, LO CUAL NO SE HA PODIDO CONCRETAR COMPLETAMENTE A LA FECHA YA QUE, DEBIDO A LOS CAMBIOS NORMATIVOS DE LOS ÚLTIMOS AÑOS EN CUANTO A CONDICIONES URBANAS, ACCESIBILIDAD UNIVERSAL, SEGURIDAD E INSTALACIONES, HOY EL EDIFICIO NO CUMPLE LAS CONDICIONES MÍNIMAS PARA SER USADO COMO OFICINAS PÚBLICAS”.

No hubo ninguna deferencia, por parte del Ministerio de Desarrollo Social, de recibir previamente la opinión de los arquitectos que participamos en su diseño y construcción. Las observaciones que hemos señalado más arriba, son absolutamente subsanables. Hay edificios íconos en nuestra historia, como por ejemplo el Palacio de Bellas Artes o el Teatro Municipal, que obviamente no cumplen con muchísimas de las exigencias que con los años se han ido incorporando a nuestra Ordenanza de Construcción, pero sería descabellado invocar estos motivos, para no ejecutar las obras de restauración que fueran necesarias.

El documento fue elaborado por un tecnócrata, como tantos otros que hoy desprestigian la acción pública, o fue hecho con manifiesta mala intención por razones obviamente políticas, en especial ahora, cuando se recuerdan 50 años del vil golpe de estado.

Lo lamento muchísimo. El presidente Boric, a quin tuve el honor de acompañar en una visita al GAM, previo a su asunción al mando de la Nación, pierde una oportunidad excepcional de recuperar para Chile y los chilenos una obra arquitectónica excepcional por su indiscutible valor patrimonial y por su singular historia.

16.04.2023.