Retrato de Nicolás Machiavello (1570 aprox). Autor: Santi di Tito

La ambición sin límite. Esa que impide gozar de los triunfos. La eficacia de la máquina que reemplaza a la humanidad que titubea y duda. Diego Muñoz nos describe a uno de estos perversos. Es fácil de reconocer quién es.

Al perverso eficaz no le importaba ninguna ser o cosa que no estuviera ligado al cumplimiento de sus objetivos. Había llegado a constituirse de ese modo como resultado de su vida exitosa, sin siquiera estudiar a Maquiavelo, pues nada leía que no fuera imprescindible. No desperdiciaba tiempo en tareas superfluas. Solía decir que se había construido a sí mismo, como un artista cincela su obra maestra.
 
Si acaso alguien se interponía en su senda, por lo menos salía maltrecho, acaso no destruido. Con brutal saña se mofaba de los mediocres desde aquella tribuna imaginaria que tripulaba. Megalómano, ególatra, tirano, despiadado son adjetivos que describen apenas -con tímida tibieza- su conducta. Aunque también –acaso fuere más conveniente para sus fines- sabía aparecer obsequioso, flexible, amable, simpático, hasta obsecuente.
 
Alcanzó el cenit de su carrera. Llegó a la cima esperada. Pero no lo supo. Siempre quiso más y más. Terminó sus días contaminado de amargura, frustración y rabia, odiado, envidiado y temido por quienes disputaron el honor de sujetar las manillas de su ataúd.