El fantasma del agua. Autor: Alfred Kubin (1877 – 1959)
Hoy, la política y muchos de sus protagonistas generan resquemores y quejas, desprecio y enojo. ¿Puede este cúmulo de sentimientos llegar a constituir una fobia? Diego Muñoz piensa que sí. Su personaje la sufre y de paso reivindica a la propia política con su padecer.  
Desarrolló –producto de la obsesión por mantenerse informado- una violenta fobia hacia los políticos. Cuando detectaba la presencia de alguno, transpiraba helado y pasaba a un estado de euforia donde podía ocurrir cualquier cosa, desde una escena satánica hasta un crimen escalofriante. Chillaba y sufría espasmos, su cabeza giraba en torno al cuello con horrendos crujidos de vértebras, expelía ingentes cantidades de un licor verde y nauseabundo, y se convertía en un demonio incontrolable.
 
A un viejo ácrata se le ocurrió abducirlo y liberarlo en una sesión de congreso pleno el día de cuentas presidenciales. Fue un estallido de cólera comparable al meteorito de Tunguska. Desaparecieron ministros, diputados, senadores, subsecretarios, intendentes, directivos de los partidos. El gobierno quedó acéfalo. Más o menos igual que antes, concluyó el ácrata.
 
La causa de su enfermedad desapareció y el ex fóbico –asesorado por el ácrata- dio paso a una era de paz y estabilidad nunca antes vistas. Cuando algún colaborador exhibía alguna intención perversa, el líder las emprendía con bufidos y rechinamiento de vértebras. Bastaba aquello para exorcizar la corrupción y disuadir a cualquiera de sus propósitos malignos. Alguien propuso rebautizar al país como Uthopia.